Política

El petróleo y el futuro

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La termoeléctrica de Tula utiliza combustóleo para producir electricidad; sus emisiones de dióxido de azufre, un gas muy dañino, superan hasta más de tres veces los niveles permitidos. Así acaba de anunciar estos días un informe de la Comisión Ambiental de la Megalópolis. Estas emisiones, agrega, llegan con frecuencia al Valle de México. Afectan la salud de más de 22 millones de mexicanos. Y, de hecho, la del mundo. 

México apuesta desde hace décadas a los hidrocarburos. No es una novedad. Hoy más que nunca, sin embargo, el gobierno federal da todo su apoyo a los proyectos petroleros y gasíferos. Desprecia por completo el cumplimiento de las metas de transición energética que estaba en ciernes y que son la base para el establecimiento de una economía baja en carbono. Ignora, en concreto, la necesidad de reducir la emisión de gases de efecto invernadero (GEI), que provocan el calentamiento del planeta, con consecuencias potencialmente devastadoras. Nos debería de importar a los mexicanos, pues nuestro país es vulnerable al cambio climático:  

El 15 por ciento de su territorio, el 68 por ciento de su población y el 71 por ciento de su economía pueden ser impactados muy gravemente por sus efectos. Pero no nos importa. Tampoco nos importa que seamos uno de los países responsables del cambio climático, al estar ubicados entre los primeros quince que producen GEI, con alrededor del 2 por ciento de las emisiones globales. Es un dato que raras veces discutimos. Estas emisiones están vinculadas, en su mayoría, con la producción

de energía. 

México es parte del Acuerdo de París. Nuestro país ha establecido compromisos nacionales e internacionales en materia de reducción de emisiones. Están establecidos en el artículo 2º transitorio de la Ley General de Cambio Climático, que establece el objetivo de reducir para el año 2050 un 50 por ciento de las emisiones del país, con respecto a las emitidas en el año 2000. Ha ocurrido de hecho todo lo contrario. Hoy, las emisiones nacionales de GEI son más altas, alrededor de un 30 por ciento más altas que las de 2010. 

El petróleo es parte del pasado, dijo a principios del sexenio el economista Jeffrey Sachs, de paso por México, en referencia a la refinería de Dos Bocas. “¿Por qué invertir en la industria del siglo XX”, preguntó, “cuando se puede construir la industria del siglo XXI con increíbles retornos sociales, ambientales y económicos? ¿Por qué construir una refinería que se convertirá en un museo?” México tiene las condiciones climáticas para ser una superpotencia de la energía renovable, eólica y solar. ¿Por qué no apostar al futuro? 

Hace ya más de diez años, los científicos que forman el Panel Intergubernamental del Cambio Climático emitieron el Llamado de París. “Hoy sabemos que la humanidad está destruyendo, a una velocidad aterradora, los recursos y equilibrios que han permitido su desarrollo y que determinan su futuro”, alertaron. “Ha llegado el momento de reconocer que estamos en el límite de lo irreversible, de lo irreparable”. Los términos no podían ser más graves ni más solemnes. Pero no hemos escuchado ese llamado en México. Nadie, quizá sólo algunos de los más jóvenes, que saben que vivirán para ver la destrucción.

Carlos Tello Díaz*

*Investigador de la UNAM (Cialc)

ctello@milenio.com

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Carlos Tello Díaz
  • Carlos Tello Díaz
  • Narrador, ensayista y cronista. Estudió Filosofía y Letras en el Balliol College de la Universidad de Oxford, y Relaciones Internacionales en el Trinity College de la Universidad de Cambridge. Ha sido investigador y profesor en las universidades de Cambridge (1998), Harvard (2000) y La Sorbona. Obtuvo el Egerton Prize 1979 y la Medalla Alonso de León al Mérito Histórico. Premio Mazatlán de Literatura 2016 por Porfirio Díaz, su vida y su tiempo / Escribe todos los miércoles jueves su columna Carta de viaje
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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