El presidente americano, Donald Trump, llamó a los mexicanos violadores, amenazó al país con una guerra comercial, expulsó a decenas de miles de solicitantes de asilo, hizo que México los alojara en campamentos, construyó el muro fronterizo y le dijo a México que lo pagara. El presidente de México es un gran admirador. Tan profundo es su aprecio que cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador finalmente se puso en contacto por primera vez con el presidente electo Joe Biden el mes pasado, se aseguró de elogiar al presidente saliente. Debo mencionar que tenemos una muy buena relación con el ahora presidente de su país, el señor Donald Trump, dijo López Obrador, según dos personas enteradas sobre la llamada y que hablaron con condición de anonimato para discutir asuntos internos. Independientemente de cualquier otra consideración, él respeta nuestra soberanía”. Así comienza el artículo del New York Times firmado por Natalie Kitroeff, que circuló ayer en redes sociales y que está titulado así: “Andrés Manuel López Obrador ya extraña a Donald Trump”.
El artículo menciona las acciones con las que López Obrador ha tratado de incomodar a Biden: fue de los últimos en felicitarlo por su triunfo, firmó una ley para limitar la actuación de los agentes de las drogas americanos en México, ofreció asilo a Julian Assange, desechó las acusaciones contra el general Cienfuegos, criticó la falta de profesionalismo de la DEA. También repasa las similitudes entre ambos mandatarios: “Ambos hicieron campaña con la promesa de erradicar a una élite corrupta, ganaron con una coalición de votantes disgustados con la clase dominante de su país y, una vez en el cargo, pintaron a los medios de comunicación y a la oposición como enemigos de su movimiento. Así como Trump usó Twitter para hablar directamente con su base, López Obrador toma el control del discurso al celebrar conferencias de prensa de dos horas diariamente”. Pero las similitudes van mucho más allá. Uno es un político de derecha, otro es un político de izquierda, pero los dos son populistas y conservadores. Ambos identifican dos grupos antagónicos, el pueblo (que es puro) y la élite (que es corrupta), y tienen como objetivo implementar la voluntad del pueblo (“conseguimos poner a nuestros votantes y ciudadanos al centro y desplazar al establishment”, escribió el propio López Obrador en una carta a Trump). Los dos aborrecen las instituciones que son parte de ese establishment, a las que han trabajado para desmantelar. Ambos tienen un discurso polarizador y autoritario, carismático y grandilocuente, y presumen que su gestión es inédita, aunque los dos evocan con nostalgia un pasado dorado que los guía.
Tienen muchas otras similitudes: su desprecio por la ciencia, su fascinación con el petróleo, su desinterés en la naturaleza, pero más allá de las similitudes, que los acercan, los dos encontraron un objetivo común: “López Obrador hizo cumplir la agenda de inmigración de línea dura de Trump y, a cambio, Estados Unidos le permitió dirigir México a su antojo”. Eso cambiará. El New York Times menciona la decisión de Biden de defender los derechos laborales y las energías limpias. Yo añadiría otro: su interés en proteger las instituciones liberales.
Investigador de la UNAM (Cialc)
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