Política

Clasismo

  • Prospectivas
  • Clasismo
  • Carlos Iván Moreno Arellano

Viví el clasismo desde niño, lo sigo observando a diario. Mi padre reparaba carburadores, esos artefactos que distribuían la gasolina en los autos de antaño. Ya no existen. Su trabajo era artesanal y milimétrico, como el de un relojero. Quizás era el mejor en lo que hacía, o al menos eso creía yo. Él estaba orgulloso de su trabajo: garantizar el buen funcionamiento de los automóviles. Cumplía con una misión social.

Sin embargo, para buena parte de la sociedad jalisciense, mi jefe era un vulgar mecánico. Su trabajo no era digno de respeto, menos de prestigio. Padecía humillaciones frecuentes por parte de sus clientes más adinerados, que exigían perfección y regateaban precio. Mi papá pasaba largas temporadas en Estados Unidos; idealizaba a la sociedad gringa de los años 80s. Decía que allá su trabajo era reconocido y respetado, que la relación era más igualitaria entre el trabajador de “cuello azul”, como él, y los de “cuello blanco”. 

Pero, como advierte Michael Sandel en la Tiranía del Mérito, mucho ha cambiado en la sociedad estadounidense, donde ya no se reconoce tanto la dignidad del trabajo, sino la meritocracia de los grados académicos. El credencialismo se convirtió en la base del prestigio y del respeto, en un “prejuicio legitimado”. Ello explica la rebelión popular contra las élites norteamericanas, tan alejadas del ciudadano común. 

Desafortunadamente, poco ha cambiado en la sociedad jalisciense y mexicana. Seguimos viviendo en ese mirreynato del “como te ven te tratan”; en esa tiranía de la apariencia, la prepotencia y la condescendencia. Donde, según el INEGI, 4 de cada 10 personas han sido discriminadas por su forma de vestir y 27 por ciento por tener piel morena. Donde, además, 34 por ciento de la población considera que “el pobre es pobre porque quiere”. 

Nuestras élites y la comentocracia parecen no darse cuenta de que el principal riesgo para la democracia en México no es el discurso ni las políticas de corte populista, sino la lacerante concentración de la riqueza y la humillación cotidiana -ya normalizada- que vive la clase trabajadora. 

Tiene razón Daron Acemoglu, “si la democracia no garantiza el trabajo, el respeto y la dignidad de todas las personas”, no sobrevivirá.


Google news logo
Síguenos en
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.