Política

Debacle electoral en Inglaterra: más que populismo, impopularidad

  • Columna de Bruce Swansey
  • Debacle electoral en Inglaterra: más que populismo, impopularidad
  • Bruce Swansey

Los resultados de las recientes elecciones locales sugieren patrones de voto que podrían duplicarse en las elecciones nacionales. Si esto fuera así, el partido Conservador, alguna vez juzgado el más viejo en Europa y el mejor equipado para continuar, vería su lugar y su poder drásticamente reducidos. Todos los noticieros zumban con las noticias sobre el último mensaje de una población desencantada y cínica ante la política.

Pero antes de las noticias se promueve el más reciente programa en donde la realidad ocupa el sitio antes reservado a la ficción televisiva.

En la isla virgen varias y varios vírgenes son congregados para que entreguen la flor de su misterio ante la cámara. Acalorados hablan de la comezón entre las piernas.

“¿Te quieres venir a la cama?”, le pregunta la rompe capullos al chico azorado que no sorprende se haya conservado intacto. Otro seboso pasa los pelos de su barba sobre la mano de una joven.

Ash.

Corte a las noticias que inquietan.

A ver si alguien puede por favor explicarme por qué los electores votan por quienes los precipitaron en la miseria de Brexit. ¿Son idiotas?

La pregunta es desafortunadamente relevante y hay más de una respuesta. La primera, sí, son idiotas al votar por un partido que lejos de amar al pueblo lo desprecia, por un populismo xenófobo y retardatario cuya única oferta es detener las pateras.

La aversión contra los inmigrantes ha contagiado a países con un electorado ignorante y cuya fuente de noticias son los medios sociales que propagan la desinformación cuanto más absurda más creíble.

La que alimenta el repudio es la creencia en un reemplazo étnico que subvertirá el colorímetro volviendo Europa el continente que alguna vez fue blanco. Los más espantados creen que tal sustitución es de hecho una contaminación de la sangre abandonándose a ideas muy en boga durante el periodo nazi y su obsesión antisemítica por razones similares.

O sea que son idiotas, pero también están gobernados por prejuicios descabellados alimentados por el miedo y el odio. Son idiotas y racistas, si no es pleonasmo.

Entre la idiotez y el rencor

No es menos cierto que desde el thatcherismo parte del país ha sido dejado atrás. Regiones enteras en el norte y el centro de la isla son espacios devastados en los que abunda el desempleo y la desesperanza de cambiar condiciones de vida miserables.

Son idiotas, racistas y rencorosos y quieren vengarse de lo que identifican como la élite de la educación exclusiva y los privilegios heredados, lo cual es cierto aunque los votantes ignoren que el enemigo está disimulado por el camuflaje nacionalista.

Estos electores padecen además una crisis sin precedentes en cuanto a servicios públicos, muy especialmente la salud, la educación, un déficit considerable de vivienda asequible y una dieta cada vez más deficiente, factores que tienden a reducir las expectativas de vida.

Con razón los votantes enojados están dispuestos no sólo a patear el establo sino a quemarlo con todos adentro. Lo que Reform UK les ofrece es la magia electoral de la revancha. Farage, uno de los pilares de Brexit, cuyo sueño reaccionario ha conducido al Reino Unido al estancamiento económico, ha calculado eficazmente el tiempo de la ira y ahora cosecha sus primeros frutos. Reform gana votos, amenaza existencialmente a los conservadores y reta a los laboristas.

Es tiempo de reformar un país cuyas raíces se hincan en la reforma protestante, de tal forma que Reform resuena en el inconsciente colectivo apropiándose de la aurora de la nación: un nombre moviliza el recuerdo, activa la nostalgia y señala el futuro.

“Hemos roto el duopolio en el poder. Ya no más uno o el otro sino nosotros que somos los verdaderos líderes de la oposición”, dice Farage abriendo la bocaza con la que quiere tragarse la isla entera.

Kemi Badenoch, líder del partido Conservador, elegida precisamente por su intolerancia contra los inmigrantes de cualquier tipo, admite que las cosas están prietas.

‘Este es el principio del fin de los conservadores,’ dice el lagarto Farage.

Sir Keir Starmer, el primer ministro laborista, concede que es urgente apresurarse a resolver el desastre heredado de 14 años de gobierno conservador.

Farage, no Badenoch, es el líder de la oposición. ¿Qué sucederá? Lo que ya ha ocurrido: la reconfiguración del mapa electoral que implica el continuado desmoronamiento del partido Conservador y la fragmentación política. Pueblos que antes eran decididamente laboristas y regiones tradicionalmente conservadoras, abandonan a unos por mentirosos y a los otros por incompetentes para arrojarse con entusiasmo suicida en las fauces del lagarto que aparece fuera de sí, la caricatura de un mopet en la primera plana del Financial Times, los ojos desorbitados y a punto de morder.

La crisis apocalíptica

El principio del fin de los conservadores. 18 de 23 alcaldías conservadoras se reforman. Pérdidas enormes para los partidos hasta hace poco hegemónicos.

Las encuestas lo predijeron. El norte, parte del centro y el sureste, una crisis apocalíptica en manos del promotor del Brexit, cuya ineptitud no parece significar para la extrema derecha un peligro.

Si Brexit fracasó, murmuran ciegos ante los hechos, es porque no se realizó correctamente. Y proceden a votar por un ex banquero amigo de Trump y admirador de Putin que de hombre del pueblo sólo tiene el beber tarros de cerveza para la cámara aunque realmente prefiera Dom Perignon.

¿La plataforma? Anti inmigración. ¿El proyecto político? Anti inmigración. ¿La propuesta de gobierno? Anti inmigración.

“Se los dije —afirma la Badenoch—, voy a cambiarlo todo pero necesito más que seis meses”.

Habla sola en el desierto de otra derrota electoral que desplaza a los tories al tercer lugar nacional, peligrosamente cercano a la pequeñez de los partidos Liberal y Ecologista.

“Los oímos y entendemos”, dice el Primer Ministro.

“¿No es usted muy blando?”, le preguntan. Sir Keir no se inmuta. Considera hacer una fiesta patriótica en el número 10 para celebrar a San Jorge esperando que el lugar del dragón lo ocupe Farage.

“Vamos a ganar las próximas elecciones”, asegura este a punto de descoyuntarse la mandíbula inferior.

“La gente está harta”, clama.

Y tiene razón.

El canto del dinero

En Runcorn, un puerto industrial en Cheshire, cinco votos que fueron seis decidieron el péndulo hacia el populismo nacionalista.

“Esta es una ganancia telúrica”, dice Sarah Pochin, la triunfadora de Reform.

“El dinero va a cantar cada vez más fuerte. Es un hecho”, afirma Farage aludiendo al incremento de donaciones al partido.

El presentador se afana ante el mapa como quien anuncia las ganancias en las carreras.

Lo visible es la frustración de 15 años e impuestos que suben para los pobres.

“Los avances no se notan inmediatamente. Hay que seguir acortando las colas en el National Health Service”,dice meditativo Sir Keir.

¿Puede cambiar la política?

El primer ministro responde lo que se espera. “Bla bla bla”, dice muy compuesto. En su propio partido les advierten que el nivel cero de contaminación que persiguen es ilusorio y que la gente no está dispuesta a renunciar a sus privilegios a cambio de la ecología.

“Puede ser que nunca se recuperen”, le advierte el periodista.

La derecha se unifica. Reform es fundamental y Farage el gallo. La última vez que la gente le hizo caso Inglaterra se desgajó de Europa mostrando una vulnerabilidad que dentro de la Unión Europea disimulaba.

“La oposición en Westminster e e e es el 6 por ciento de nada”, tartamudea Farage apoplético.

¿Pueden probar que son algo más que protesta?

En Nottingham hay un terremoto que ha modificado las placas terráqueas. Los reformistas celebran su victoria todos coloradotes.

La nostalgia como necesidad

La caricatura del caballero inglés que es Jacob Reeves dice que es conservador pero entiende y apoya a Farage, aunque entre protestar y gobernar hay un abismo.

“Pero entre usted y esos no hay política, sino nostalgia, ¿o no?” El periodista aguarda la respuesta.

“Farage nos necesita. No al revés. ¿Por qué no mejor se une a nosotros?”

Porque en 2025 la fecha de caducidad del torismo fue rebasada. Farage lo sabe y va por el exterminio.

¿Reform o los liberales? Esta es la disyuntiva de Labour. El público les ha mandado un mensaje muy claro y sin embargo siguen como si no hubieran disminuido los fondos para mantener a los pensionistas a salvo del invierno.

“¿Y Trump?” —pregunta un ciudadano—, “¿influyó en estas elecciones?”

Hasta aquí el caos.

A las 10 de la noche en el noticiero de la BBC el duque de Sussex cándidamente confiesa que su papá, el rey Carlos III, no le habla. Dice que está devastado. Que no cree volver aunque quisiera que sus vástagos crecieran en Inglaterra en lugar de Montecitou, en California, donde la duquesa Meghan entretiene gallinas. Fuera de la institución pero con todo lo que cree que merece a cambio de servir a la nación.

¡Qué familia!

El lagarto Farage abre las fauces.

“En un día hemos cimbrado la isla”, dice triunfante.

Los inmigrantes…fuera

Andrea Jenkins, antes ferviente conservadora y hoy entusiasta reformadora, en Lincolnshire declara que los inmigrantes no son bienvenidos.

“¿Agarra la onda primer ministro?”

“Sí”, responde Starmer dándose plena cuenta de lo impopular que se ha vuelto su gobierno.

Pirotecnia, dice Chris Mason de la BBC.

Farage clama por hacer historia. Es el enterrador de los tory.

“Estamos hartos de la inmigración”, dice un señor con aspecto de haberse recién bajado de una patera.

La machósfera cavernícola apoya Reform con la reserva nacional de testosterona.

“Este es el arranque del camino al número 10 de Downing Street”, clama eufórico Nigel Farage.

Los conservadores no dudan en catalogar el último desastre electoral como apocalíptico. Y Starmer podría pasar a la historia como el primer ministro laborista que abrió las compuertas para que el populismo inundara el país. Sin embargo, el problema de Inglaterra, como el de varias democracias occidentales, quizá no sea el populismo, sino la impopularidad de los partidos hasta ahora hegemónicos, así como la transformación de las bases que les dieran identidad y viabilidad políticas.

El conservadurismo ha dejado de ser el partido de la clase que se identificaba con la élite para, desde Brexit, coquetear con las clases trabajadoras.

El laborismo ha dejado de ser el partido del trabajo para coquetear con la élite educada y liberal en un flujo que desfigura el escenario tradicional. Para los electores es claro que aunque ningún partido puede ser todo para todos, el duopolio es asunto del pasado, enterrado bajo paletadas de desencanto y cinismo.

En Gogglebox los espectadores transformados en espectáculo del espectáculo se ríen como hienas ante las entrañas humeantes de un búfalo despanzurrado.

En efecto, la cosa está prieta.


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