Si un histrión desconoce contextos de lo que va a interpretar, difícilmente logra una gran actuación. Si un director de cine o teatro no ofrece aristas y astillas de emoción al personaje del actor, el resultado será mediocre. Pero cuando se junta el deseo y la ambición por lograr una obra redonda entonces el aplauso es para todo el equipo: es el caso de la espléndida ópera prima de Pierre Saint-Martin Castellanos, No nos moverán, en guion compartido con Iker Compeán Leroux.
No hablaré del filme pero diré que regresar al 2 de octubre de 1968 en tiempo actual, con el odio y el hastío acumulado por la muerte de un hermano —cuya hermana espera la revancha del soldado que lo asesinó—, es un relato que transmite un equipo de actores y actrices aptos para dejar huella en los espectadores. Cine de registros inolvidables donde la fotografía en blanco y negro de César Gutiérrez Miranda no pierde un segundo el rostro de Luisa Huertas, que respira las heridas del tiempo para lograr su venganza contra el ejército de Gustavo Díaz Ordaz. El humor negro esparcido para resarcir el daño en una familia, la frustración ante la impunidad y la impartición de justicia, la vida condenada a sobrevivirla, sí, pero también la generosidad de la existencia que incita a continuar bailando y sonriendo, a pesar de todo.
Luisa Huertas es una actriz a la que el teatro debe interpretaciones entrañables. Soy incondicional de su quehacer escénico. Pero este protagónico de No nos moverán, acaso, logre que vayan en fila india a cada una de sus obras en montajes. Si en el cine de Saint–Martin brilla como el centro del equipo, la respiración y la grave voz de Huertas en el teatro retumba en la sala donde el espectador se transforma en otro cuando algo sucede sobre la vida que palpita. La he visto innumerables veces y nunca decepciona. Una actriz que sigue joven porque su mentalidad es irremediablemente juvenil.
Voy a terminar como dijo alguien al salir del cine: “No nos moverán me movió”. Saliendo regresé a casa a escuchar la versión musical de la canción del dominio popular, en voz de Joan Baez, de igual título. Huertas y el equipo fílmico merecen ganar el Ariel, por elemental justicia artística. El 68 vive.