A todas luces reprobable, el atentado cobarde a la revista Charlie Hebdo, perpetrado el pasado 7 de enero que conmocionó por su brutalidad el corazón de las democracias occidentales.
Con un saldo de 12 muertos y 11 heridos, detonó la movilización más importante en las últimas cuatro décadas en París. Los franceses salieron a defender la libertad, la tolerancia y a condenar la violencia.
Pasados los momentos dramáticos quedan muchas cuestiones a reflexionar. Una de ellas es la tensión entre la libertad religiosa y la libertad de expresión. Quedan claros los límites de la libertad religiosa, sobre todo en el manejo sedicioso que hacen de la religión los grupos radicales yhadistas que ejercen punición injustificada en el nombre de Alá.
Pero está a debate la libertad de expresión. El Papa Francisco en conferencia ante los medios, durante su vuelo a Manila, provocó a la Europa herida con su reflexión: "Es una aberración matar en nombre de Dios y que la religión nunca puede ser usada para justificar la violencia". Pero también hay un "límite" en la libertad de expresión cuando esta "ofende las creencias religiosas de otros".
El Papa puso en el mismo nivel de límites tanto la libertad religiosa como la libertad de expresión. Las críticas al pontífice no se han hecho esperar. Probablemente la más agresiva vino del primer ministro inglés, David Cameron, quien exaltó la libertad de expresión al extremo de legitimar el "derecho a ofender".
El Papa se ha visto obligado aclarar sus dichos, especialmente el ejemplo no muy fino de que si su asistente, Dr. Gasbarri, ofendía a su madre, seguramente esperaría "un puñetazo". Interpretado como anticlimático e incitador de la violencia.
El Papa posteriormente responde: "No puedo insultar constantemente, provocar a una persona continuamente, porque me arriesgo a enojarlo o enojarla, y me arriesgo a recibir una reacción injusta, una que no es justa. Pero eso es humano... la libertad de expresión debe tomar en cuenta de la realidad humana, y por esta razón uno debe ser prudente. Es una forma de decir que uno debe ser educado, prudente".
En las democracias, las libertades religiosas, la de expresión y otras, son libertades irrestrictas pero no absolutas. Para una convivencia saludable entre etnias, minorías y religiones habría que reconocer que la libertad de expresión, como todas las libertades, tiene límites.
El mismo aval de nuestros derechos fundamentales comprende necesariamente el establecimiento de límites que garanticen la convivencia social. O como dicen los abogados, buscar el equilibrio en los derechos en conflicto. Y el único garante entre la tensión de libertades religiosas, de asociación, de expresión y de disentimiento es el Estado laico.
El estado laico moderno debe educar en la cultura de la tolerancia y de respeto de las diversidades; debe intervenir y garantizar el libre desarrollo y respeto de las minorías religiosas. Sin un Estado laico atento estaríamos a merced de la tiranía mediática, de los fundamentalismos y de los fanatismos religiosos.