Ante el incesante sol, Patricio toma su sombrero, arrea a su ganado y se dirige cuesta abajo del cerro. En su camino logra apreciar el horizonte, las montañas lejanas y todo lo que una vez fue llano. Antes de llegar a la vereda se encuentra con Luciano, quien lo invita a tomarse unos pulques en el jacal de doña Sofía, una viuda que logró rescatar la hacienda pulquera de su difunto esposo después del alboroto con los güeros años atrás. Una vez instalados en el lugar la charla se encamina en temas del pueblo, entre la falta de lluvias y la forma de llevar alimento fresco para sus animalitos, sus milpas y sus familias. Más adelante, y conforme corren las jarras de pulque, el diálogo se centra en la espiritualidad y la moral, la justicia y el deber ser, lo que enriquece el momento. Al cabo de un par de horas salen de aquel establecimiento y, accidentalmente, tropiezan con una señorita de las familias de abolengo, quien ante tal suceso se digna a decirles borrachos ignorantes.
Las vivencias en torno al pulque y su consumo datan de épocas prehispánicas. Sin embargo, no es sino hasta la época novohispana cuando dicha ingesta se vuelve de tipo cotidiano, sin limitaciones religiosas y como una forma de socialización y esparcimiento. Esta bebida da pie a las haciendas pulqueras, comandadas por españoles y criollos, quienes ven un negocio muy redituable, a pesar de su contraposición moral, por la embriaguez. Esto trajo consigo un sinnúmero de halagos y embestidas. Dentro de esos ataques tenemos el perpetrado en 1912, con Francisco I. Madero en la presidencia. Para aquel entonces existía una de las empresas más importantes en la producción del pulque y derivados, la Compañía Expendedora de Pulques, en la cual se encontraba entre los accionistas a Ignacio Torres Adalid, heredero de una familia de pulqueros y personajes de la vida social y política de México.
Según relata el propio Torres Adalid, con la intención de ganarse el beneplácito del presidente, un contrincante político dictó fuertes declaraciones en contra del pulque, esto en una sesión del Consejo de Ministros, lo cual llevo a la posibilidad de que se agravara con un 33.3% los impuestos a este fermentado, además de la reducción del horario de venta en el Distrito Federal. Ante tal arrebato la compañía pulquera instó a Madero para conocer su fábrica en Apan, en la que se procesaban los derivados del aguamiel y el pulque. El presidente expresó su asombro y dejó la puerta abierta para el desarrollo económico del maguey. Sin embargo, grupos como la Liga Antialcohólica Nacional, también se encargaron de despotricar contra esta bebida.A pesar de tal acoso, era bien conocido que las finanzas tanto del gobierno federal como de algunos estados estaban fuertemente arraigadas a los impuestos que dejaba el pulque.