Una taza de café, aquella que se tomaba la abuela a media mañana con una pieza de pan dulce, a la que llamaban “cafecito de olla” endulzado con piloncillo y ligeramente saborizado con canela, ese café “aguado” más dulce que amargo y más pequeño que hoy en día. Posteriormente conocimos la magia del soluble, una cucharadita en agua caliente, dos cucharadas de azúcar refinada y listo, estábamos en vías de la modernidad, aunque, para nuestra sorpresa, quedaban muchas historias que contar.
Un día el café con leche fue la moda, pero no como lo bebíamos en la cena, sino de la manera Italiana, con leche espumosa y canela en polvo, le llamaban “capuchino”, o más cremosa le decían “latte”, pero de igual manera nos llegó en polvo, con la comodidad de adicionar agua y sentir cómo nuestro estilo de vida era cada vez más “de mundo”, pero ¿en qué momento se transformó la cultura del café?
Hace ya unos años la televisión estadounidense nos dio una serie juvenil en la cual se retrataba la vida de seis amigos que vivían en Manhattan, Nueva York, llamada Friends (1994-2004), los cuales, en repetidas ocasiones, se reunían en un café ubicado en una esquina con el nombre de Central Perk, donde el motivo no era el consumo de café sino la compañía, la plática y, para fines cómicos de la serie, escenas chuscas. De primera instancia esto no nos indicaría nada, pero con el paso de los años la tendencia de “punto de reunión” dio tela de donde cortar para los propietarios de cafés y empresas cafeteras.
Pronto se dio una ruptura del concepto que se tenía de ir por un café, el cual hacía referenciaa la gente que llevaba bajo su brazo un libro o un periódico, personas “cultas” o intelectuales, donde los temas que se podía escuchar eran de arte, política, etcétera. Estos lugares, recurrentemente,eran poco iluminados al grado de parecer muy íntimos, pero sin esa connotación sensual, más bien con un ambiente de confort. Al pasar de los años se dio paso a los espacios abiertos, ventanales amplios y terrazas a pie de calle, con sillones cómodos y decoración moderna, enfocados a un público de clase media, media-alta, donde la degustación del café era de poca importancia y la percepción visual, o sea cuántos me vean sentado en el café, era el punto principal.
El tema de la degustación era cosa menor, ya que para percibir un café se tiene que hacer sin azúcar, distinguir sus ácidos, amargos y el propio dulzor del café, evidentemente en pocas proporciones y de manera objetiva, en comparación con las cantidades de azúcar y saborizantes con lo que se ofrecen hoy en día.
Es justo al punto donde llegamos el día de hoy, donde para pedir un café en cualquier cadena multinacional, primero debemos pasar por un arduo cuestionamiento ¿qué estilo de café?¿de qué tamaño?¿qué tipo de leche? pasando por algún sabor extra o algo para acompañar, curiosamente sin ofertar tipos de café, regiones de este y nacional o de importación, donde “supuestamente” radica lo que estamos aparentando beber.