En el corazón de nuestro idioma encontramos palabras cuyos significados trascienden su simple significado, convirtiéndose en espejos de nuestra realidad colectiva. Una de ellas es “liminal”, un término que etimológicamente significa “umbral”. Este umbral, donde lo viejo no termina de irse y lo nuevo aún no llega, es un espacio de transición, posibilidades y transformación, que se aplica en varias disciplinas científicas. Lo liminal se refiere a momentos o procesos de cambio en que las estructuras habituales se desintegran, permitiendo el surgimiento de nuevas formas de orden. Esta noción nos ofrece una lente a través de la cual podemos examinar y reflexionar sobre las dinámicas de nuestro tiempo.
Actualmente es innegable que vivimos en un periodo liminal a nivel global. Las estructuras se encuentran en un punto de inflexión. El modelo económico predominante, el capitalismo de mercado, enfrenta críticas severas por la desigualdad estructural que perpetúa, evidenciando una crisis de sustentabilidad y equidad. El modelo político democrático es percibido cada vez más como una herramienta ineficaz frente a los desafíos actuales. A nivel social, la polarización y los nichos de identidades señalan una crisis de cohesión y pertenencia. Este es el paisaje de nuestro umbral contemporáneo donde, liminalmente, lo viejo parece incapaz de responder a los desafíos del presente, y lo nuevo aún no encuentra su forma definitiva.
Ante este panorama, la pregunta es: ¿Cómo se navega un periodo liminal? La respuesta yace, primero, en la comprensión profunda del momento como una oportunidad para la reinvención y la innovación. Es crucial abrazar la incertidumbre y el desorden inherentes a los tiempos liminales, para convertirlos justamente en el terreno sobre el cual se debe fincar un nuevo crecimiento desde el cambio significativo. Debemos explorar activamente nuevos paradigmas de equidad, sustentabilidad y cohesión. Esto implica cuestionar y, eventualmente, rediseñar las estructuras existentes para adaptarlas a las necesidades y aspiraciones de nuestra era.
Entender la naturaleza liminal de nuestra época es, por lo tanto, el primer paso para trascenderla. Así como el Cristianismo, el Renacimiento o la Revolución Industrial fueron momentos liminales, no hay alternativa más que enfrentar este umbral. Debemos hacerlo sin el pavor que se percibe y con la convicción de que en este espacio de transición se encuentran las claves para desbloquear un futuro más prometedor. La tarea es monumental e incierta, pero es en ella donde reside nuestra mayor oportunidad para seguir trascendiendo como especie. Las etapas liminales no son, como parecen serlo, callejones sin salida, sino puentes hacia posibilidades aún no imaginadas. Y hasta aquí la reflexión filosofal de tu Sala de Consejo semanal.