Determinada cartelera para la música contemporánea exhibe dimensiones vastas hacia un público cautivo a los estrenos de aquellas obras que van acumulando los compositores en su catálogo personal. Se manifiesta el ánimo por hacer escuchar sus partituras en consabidas resonancias que aspiran a quebrantar paradigmas. Envuelto en este ditirambo sucumbe ese público de apetencia exigente por descubrir y escuchar otra música que le lleve a fraguar variables perspectivas y alimenten su experiencia cultural. Pero también este público expectante manifiesta reacciones ante lo insólito; diletantes que fueron protagonistas de capítulos memorables en la historia de la música. Tal es el caso del suceso más publicitado a cien años y un poco más cuando el estreno de Le sacre du printemps (La consagración de la primavera) de Stravinsky; la escena de la tropelía: Théatre des Champs Elysées, en París. Es entonces cuando irrumpen los modernos. Hoy estamos muy lejos de presenciar semejantes acontecimientos. Quizá el público de nuestro tiempo ha venido asimilando en la evolución/transformación una simbiosis que le permite reconocer con mayor entendimiento y tolerancia todo cambio de estructuras y contenidos de la música. Para explicar esta causa/efecto me gusta la definición de que simbiosis es una asociación íntima de organismos de especies diferentes (música/oyente) para beneficiarse mutuamente en su desarrollo vital. El espectador de hoy ha decidido coexistir con la sonoridad de la música experimental y hacerla suya en los momentos de apreciación y reflexión estética, tal y como no lo había concebido en tiempo pasado, salvo dos eventos equiparables al caso Champs Elysées que se dieron en la segunda mitad del Siglo XX y que recibieron una pizca de siseos: primero, cuando el compositor francés André Jolivet (1905-1974) estrena su Concierto para piano y orquesta (1951); el segundo, en 1968, con las obras nebulosas de estruendo del griego Iannis Xenakis (1922-2001) en París. Después de esto poco se sabe de controversia alguna durante o después del estreno de obras en el Siglo XXI. Tal vez habría que preguntarnos si vivimos la vuelta del esnobismo, y el público de hoy manifiesta una exagerada admiración por todo lo que simboliza novedad. En su Poética Musical, Igor Stravinsky menciona: “(…) el público tiene siempre, (…) cuando está entregado a sí mismo, una frescura de espontaneidad que da un alto valor a sus reacciones. Es necesario, claro está, que no esté contaminado por el virus del esnobismo”.
Diletantes, esnobs y Stravinsky
- Columna de Antonio Navarro
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Antonio Navarro
Ciudad de México /