En repetidas ocasiones me he dedicado en este espacio periodístico a considerar los valores que la cultura y el arte contienen para enriquecer nuestra calidad de vida, no sólo en el entendido de que éstas representan expresiones de un pensamiento y sentimiento para cada etapa histórica y social. En esencia cada capítulo se escribe con los elementos que le son afines o contrarios, y bajo esta dualidad ofrecen la posibilidad a complementarse y lograr así el extraordinario momento del intercambio de ideas, el debate de las propuestas, la exposición abierta de los criterios que buscan definir paradigmas.
Bajo esta referencia me parece que uno de los personajes en el escenario oficialista que menos representa una posibilidad en alimentar y enriquecer la reflexión, lo mismo en claridad de pensamiento, es sin duda, el político, y por inercia el funcionario público al frente en la toma de decisiones. Modelo de personaje estructurado bajo el esquema más predecible y acartonado que existe en el amplio y extenso grupo de especímenes humanos. Sus respuestas barnizadas de costumbre, simples y comunes que día con día descargan de su pobre y raído lenguaje no hacen sino evidenciar su falta de sentido común y de inteligencia como para dar cuenta de que el ciudadano no es un ignorante que fácilmente pueda digerir sus comentarios ipso facto. En eso radica precisamente su total falta de criterio como individuo que tiene al frente una responsabilidad mayor ante la comunidad, y que por lo mismo se espera, o por lo menos se desea, un poco de juicio en la manera de abordar y definir acciones políticas, y en nuestro caso particular la cultura. Todo ello no es más que una falta de discernimiento que le permitan a este histrión de pedestal ampliar su visión del entorno que gobierna, administra o dirige. A falta de avenencia igualmente le resta sensibilidad a cada una de sus acciones, convirtiendo su carácter en un modo o estilo muchas de las veces prepotente y arrogante. Después de todo él considera (equivocadamente) ser portador de la verdad y el poder ante los demás.
Un político/funcionario que no debate en las ideas, que no ejercita y alimenta el pensamiento en las propuestas y contrapropuestas sencillamente es un exiguo carente de toda iniciativa y determinación para cambiar y reestructurar esquemas anquilosados. En el debate y en la confrontación se vislumbra el entendimiento y la razón, así como la capacidad que le permita presidir con mayor apertura los conceptos de quienes conforman la colectividad administrada por nuestras instituciones. Es tan sólo el principio de lo que vendrá a marcar las pautas hacia una dirección con visión y claridad en los objetivos por alcanzar y cumplir.