Cultura

Organizaciones

  • Vicio Impune
  • Organizaciones
  • Antonio Nájera Irigoyen

El papel que desempeñan los individuos dentro de una organización es algunas veces trágico y otras cómico, así como sucede en todos los asuntos humanos. Ejemplo de lo primero es aquello que Hanna Arendt denominó la banalidad del mal. Con ello, la filósofa alemana se refería a un fenómeno que había ocurrido durante la Alemania nazi y que Adolf Eichmann, exoficial bajo cuyas órdenes se perpetraron miles de muertes judías, sintetizaba acaso como ningún otro. Porque Eichmann no era un monstruo; se trataba más bien, siempre en palabras de Arendt, de un payaso. Un burócrata de mediopelo, gris como todos y mediocre como nadie, que, como muchos otros entre 1933 y 1945, había participado en la llamada “solución final”.

En sus colaboraciones del juicio a Eichmann, publicadas en la revista **The New Yorker durante 1962, Arendt observó —unas veces con asombro, otras con ironía— la manera en que un alto tribunal buscaba dar Justicia a las víctimas del Holocausto. Pero así como Eichmann no era culpable, de acuerdo con la legislación de la época, tampoco lo era Alemania en toda regla. Cuando todos son culpables, en realidad nadie lo es: como apuntó Octavio Paz, “la mucha luz es como la mucha sombra: no deja ver”. El gobierno de Ben-Gurión, que no estaba para estas florituras, se afanó en encontrar a Eichmann culpable. Ganaron todos —Ben Gurión, los sionistas que desde entonces arrebataban a Palestina sus derechos y la mayor parte de los medios de comunicación embebidos de un castigo ejemplar. Triunfaron todos salvo la Justicia que, como en cuadro renacentista, Arendt prefería escribir con mayúscula.

Las organizaciones, sin embargo, no siempre operan bajo estándares siniestros. Por fortuna, algunas veces cabe la posibilidad de que se revelen cómicos: tal es el caso que cuenta Jorge Edwards en **Persona non grata. En la Cuba de los años setenta, alguna vez el gobierno resolvió que había que sembrar péngola para paliar la estrechez económica de la isla. Y Fidel instruyó entonces a su ministro de Agricultura que sembrara péngola; y el ministro hizo lo propio con sus comisarios; y los comisarios no hicieron sino lo mismo con los jóvenes técnicos, revolucionarios y entusiastas, que conformaban los Comités Nacionales de Agricultura. De modo que un joven técnico agrícola —llamésmole Ernesto— ordenó arar centenares de hectáreas para sembrar el forraje. Y los mulatos a su cargo agotaron los centenares de hectáreas como Ernesto dispuso. Se trabajó de sol a sol, casi sin descanso, tanto o más como en la época de Batista.

Se trabajó el área convenida; y, para sorpresa de todos, alguien reparó en que la melaza que se había quitado de los campos no era otro cultivo que péngola. ¿La culpa había sido del joven Ernesto, obediente siervo de la Revolución? El error era su responsabilidad tanto como lo había sido de los comisarios, tanto como lo había sido de los ministros, y tanto como lo había sido de Fidel. Porque en un sistema de deliberación como éste, centralizado al ciento por ciento, no hay líder, cuan talentoso como ciertamente lo era Fidel, capaz de decidir qué cultivo habrá se sembrarse. Tampoco hay ministros que conozca de cultivos ni comisarios que sepan de granos. Lo que sí hay, acaso con un poco de suerte, son técnicos agrícolas como Ernesto que saben de melazas como la péngola. Saben reconocerlas y distinguen bien aquello que ven sus ojos es o no una péngola. Pero no se atreven a decirlo —acaso porque, como Ernesto, los técnicos temen a su comisario, tanto como el comisario al ministro y tanto como éste a Fidel.


Google news logo
Síguenos en
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.