El mauritano (The Mauritanian) empieza con la imagen de un joven con túnica blanca caminando pacíficamente en la orilla del mar y la leyenda “Esta es una historia real”. Después observamos la secuencia de una alegre boda mauritana a la que asiste el joven Mohamedou Ould Slahi, interpretado por Tahar Rahim, quien es arrestado por la policía de su país ya que, según le dicen, “después de los ataques de Nueva York los estadounidenses se han vuelto locos y quieren hablar contigo”. Más adelante sabemos que Slahi fue llevado al centro de retención de Guantánamo, Cuba, donde, sin pasar por un juicio, pasó nueve años bajo sospecha de haber sido miembro de una célula de Al Qaeda en Hamburgo y haber reclutado a los pilotos del ataque del 11.09.01.
La película entrelaza las escenas de los brutales interrogatorios y métodos de tortura con las conversaciones de Slahi con sus abogadas Nancy Hollander (Jodie Forster) y Teri Duncan (Shailen Woodley). En apoyo a la defensa, Slahi empieza a formular los sucesos por escrito ya que los documentos en los archivos de FBI y CIA están clasificados. La indagación de la abogada se cruza con la del coronel Stuart Couch (Benedict Cumberbatch), quien, como fiscal, tiene el encargo de llevar a Slahi a juicio y lograr una condena que lleva a la pena de muerte.
La carga emocional de la película se centra en el personaje de Slahi cuyo encierro, maltrato, lucha por sobrevivir y demostrar su inocencia, son desesperadamente convincentes. Las celdas, jaulas, interrogatorios y brutales métodos de tortura nos recuerdan que la cárcel en la Base Naval de Guantánamo fue instalada fuera del territorio de EUA para evadir las leyes y el respeto de los derechos humanos de los supuestos terroristas detenidos. Bajo la dirección del escocés Kevin Macdonald, el filme producido por la BBC, construye imágenes y sonidos oscuros y amenazantes que no sólo muestran la terrible situación del mauritano sino también su enorme fuerza interior para resistir humillaciones y violencia. El hombre se aferra a sus rituales religiosos, busca la comunicación con otros presos, aprende inglés y utiliza la escritura como protección y herramienta de defensa. Frente a la fuerza del relato de Slahi, las acciones paralelas de la búsqueda de evidencias para la defensa por parte de la abogada y la acusación, por parte del fiscal, son hilos narrativos convencionales que confirman, sin embargo, que la necesidad de encontrar y castigar a culpables llevó a justificar la tortura, construir evidencias falsas y retener durante años a cientos de hombres.
En el caso de Slahi finalmente ganó la justicia y la película termina con un montaje de escenas del personaje real de regreso a Mauritania, orgulloso del libro de su autoría Diario de Guantánamo y entonando una canción de Bob Dylan. A pesar del “final feliz” el filme nos deja con coraje y preocupación: La prisión de Guantánamo sigue abierta. A pesar de su promesa, Obama no la pudo cerrar y de los dineros que Trump había apartado para “el muro”, 33 millones se acaban de destinar a Guantánamo. (El Informador, 12 de junio 2021).
Annemarie Meier