En medio de la volatilidad económica, la inflación, la inseguridad y los retos cotidianos que enfrentamos todas las familias mexicanas, hablar de finanzas personales se vuelve más necesario que nunca.
No se trata de acumular riqueza, sino de aprender a administrar con conciencia y con sentido.
La manera en que utilizamos el dinero refleja nuestras prioridades, nuestra ética, nuestra madurez y, en gran medida, nuestro equilibrio interior.
Las finanzas personales se definen como la administración de los recursos económicos de un individuo o familia, lo que abarca desde la gestión cotidiana de los ingresos y los gastos hasta la planeación a largo plazo para alcanzar nuestras metas financieras.
Esto incluye el ahorro, la inversión, la elaboración de presupuestos, la planeación de la jubilación, la gestión de deudas para lograr seguridad económica, la tranquilidad financiera y, por ende, fortalecer nuestra salud mental.
Desde la perspectiva de la educación jesuita, al modo ignaciano, el manejo financiero no puede desvincularse de la formación integral de las personas.
El dinero, entendido como medio y no como fin, nos invita a practicar la prudencia, la responsabilidad y la solidaridad.
La educación financiera no solo se trata de números, sino de conciencia y responsabilidad.
Planear con disciplina es lo primero, hay que elaborar un presupuesto, registrar ingresos y egresos, revisar los hábitos de consumo, lo que nos permite tomar decisiones más racionales y menos impulsivas.
En segundo lugar, hay que ahorrar, aunque sea poco, es una práctica que genera el hábito y fortalece la libertad.
Quien ahorra se protege frente a imprevistos y evita depender del crédito para resolver emergencias e imprevistos.
Otro elemento fundamental es consumir con sentido ético y sustentable.
Cada compra representa una elección moral, hay que optar por productos locales, apoyar a las pequeñas y medianas empresas, hacer compras sustentables, impulsar la economía social y solidaria, y, evitar el consumo excesivo son actos que reflejan compromiso con el bien común.
La solidaridad también forma parte de una buena gestión financiera.
Compartir lo que tenemos, apoyar causas sociales o contribuir al desarrollo de otros nos recuerda que el dinero, bien administrado, puede ser instrumento de justicia, de paz y de esperanza.
Manejar nuestras finanzas con sensatez y orientación ética no solo mejora nuestra economía personal, sino que también fortalece nuestra libertad y coherencia interior.
Al final del camino, el verdadero bienestar no se mide por lo que acumulamos, sino por lo que sabemos administrar con gratitud y con sentido humano.
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