El nombre de Héctor Manuel Darío Acuña Nogueira, SJ será recordado por siempre, por muchos y con mucho cariño en la Comarca Lagunera, el Padre Héctor fue llamado a la Casa del Padre este fin de semana y en La Laguna lo extrañaremos, pues la huella que dejó en estas tierras fue muy profunda, como en todas las obras sociales, pastorales y educativas en las que participó como jesuita: en el Cerro del Judío, en la Curia Provincial, en Fomento Cultural y Educativo, en el Servicio Jesuita a Refugiados, en la Ibero Torreón, en el ITESO, en la Ciudad de los Niños, en la Parroquia de San Judas Tadeo, entre otras tantas.
Español de nacimiento, mexicano por elección.
Egresado de Ingeniería Mecánica y Eléctrica de la entonces Ibero Santa Fe en la ciudad de México, pero recién egresó fue que escuchó el llamado del Señor e ingresó a la Compañía de Jesús.
Su vocación siempre fue estar con los que menos tienen y en eso dejó ir su vida, con una pasión en todo lo que hacía y especialmente gozaba cuando se trataba de estar, de ayudar, de colaborar hombro con hombro o de ofrecer una eucaristía con los más desfavorecidos.
Lo hizo en su juventud en el Cerro del Judío, en las Comunidades Eclesiales de Base, sirvió gentilmente en equipos de gobierno de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús, como Socio del Provincial y como Ecónomo.
Fue formador y acompañante de muchos jesuitas, tenía ese don de guiar, moldear y de transformar a los jesuitas en formación. Era también un excelente director de Ejercicios Espirituales.
Posteriormente en Campeche, con los refugiados guatemaltecos, se dejó tocar el corazón y dejó el alma en ese proyecto de sus amores del que siempre añoraba nunca haberlo dejado, trabajar para y con las comunidades mayas de Guatemala que huyeron por la desgarradora guerra civil en su país fue una experiencia de vida maravillosa para quienes tuvimos la oportunidad de servir en esa trinchera, liderados por un ser humano extraordinario, sensible, cercano y sobre todo muy servicial.
El Padre Héctor, como lo siguen recordando en los campamentos de refugiados (hoy en día pueblos mexicanos) no reparaba en atender a un anciano, ungir a un enfermo, jugar con un niño o evangelizar con la palabra y con sus actos.
Cuando su destino fue el desierto de Torreón, como rector de la Ibero, inmediatamente puso su sello personal y sus primeras palabras fueron "debemos trabajar para ser una verdadera comunidad universitaria en la que se vivan los valores ignacianos, afinemos los organismos colegiados y hacer que funcionen adecuadamente (...), desarrollar una investigación que sea aplicable, enfocada siempre al aporte de soluciones viables a los problemas del hombre de hoy, específicamente al habitante de la Comarca Lagunera", y lo cumplió con creces, tanto en su primera ocasión (1997-2001), como en su segundo rectorado (2009-2015).
Sin duda es grande la herencia que nos ha dejado nuestro querido Héctor, alguien que supo ser a la vez jefe, amigo, líder y acompañante; que escuchó y se dejó escuchar, y que sobre todo nunca escatimó su tiempo, su vida y su vocación por los que menos tienen en este mundo en la búsqueda del bien común y de la mayor Gloria de Dios. QEPD.
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