Ahora sí ya me asusté, y no porque el Valle de México esté en semáforo rojo sino porque, al parecer, a nadie le importa.
Ayer, por mi trabajo en la industria de las telecomunicaciones, actividad considerada como esencial en esta contingencia, tuve que salir de mi casa y ni se imagina con lo que me encontré:
Tráfico infernal, tumultos afuera de muchos negocios, familias desayunando en la calle, vendedores ambulantes, parejitas tomadas de la mano, gente trotando.
Muchos de ellos sin cubrebocas, sin sana distancia. Seguramente usted conoce 90 historias peores.
¿Y qué hace uno? ¿Va y les reclama? Se supone que para eso tenemos una autoridad. ¿Qué papel está jugando la autoridad en esta historia?
Sí, soy el primero en celebrar que Andrés Manuel López Obrador nos haya tratado como adultos y que no nos haya encerrado con toques de queda, multas y cárcel como en otros países.
Pero sus asesores, al ver que no éramos capaces de impedir la propagación del virus, le debieron haber sugerido otra clase de medidas.
Vamos a decirnos la verdad: todos estamos desatados en mayor o menor medida porque a nuestros gobernantes se les ocurrió la “genial” idea de ponernos en semáforo rojo muy pocos días antes de la Navidad.
Esto no es como el Día de la Virgen de Guadalupe donde todo gira alrededor de una fecha y de un solo lugar.
Aquí son muchos días de muchas actividades muy poderosas que hasta están marcadas en los calendarios de nuestros trabajos y de nuestros estudios.
No hay sensatez que compita contra los regalos, la decoración, la comida, la bebida y las reuniones del Maratón Guadalupe-Reyes.
Esto del semáforo rojo se debió haber hecho hace mucho tiempo y de otra manera.
¿Sabe dónde comenzó todo esto? En el Buen Fin. Saque cuentas.
No es que la gente que está intubada hoy se haya contagiado el mero día que salió a comprar una pantalla de plasma a una tienda innecesariamente abarrotada.
Es porque nuestras autoridades, al permitir aquel larguísimo maratón de ofertas así, sin reglas claras en tiempos de COVID-19, no sólo arriesgaron la salud de la población, mandaron un mensaje que le dio permiso a todo el mundo de hacer su regalada gana.
Obvio, millones de personas que llevaban meses en el encierro, salieron despavoridas a gastar, a endeudarse, a vivir, pero también a contagiarse, a esparcir el virus, a morir.
¿Y ahora cómo le van a hacer la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México y el Gobernador del Estado de México para decirles que siempre no, que no salgan, que se queden en casa?
¿Por qué salir en Navidad, en Año Nuevo y en Día de Reyes es malo y salir en el Buen Fin era bueno?
¿Con qué cara nos van a cancelar esto, que sí es importante en términos emocionales, y no nos cancelaron los otro que era puro negocio?
¿Ahora entiende la importancia de la congruencia en la comunicación?
Los mexicanos no somos malos. Al contrario, somos muy buenos, increíblemente responsables, unidos y solidarios. La historia de nuestras catástrofes naturales no nos dejará mentir.
Si hoy no respetamos nada ni a nadie es porque desde arriba nos pusieron el ejemplo, porque primero nos dijeron una cosa y luego, otra, y no hay capacidad cerebral que pueda asimilar tantas contradicciones a la vez.
¿O usted qué opina?
alvaro.cueva@milenio.com