Política

Valores en la pared, cultura en el pasillo

En muchas organizaciones, los directivos están convencidos de que contar con una lista de valores bien definida equivale a tener una cultura sólida. Sin embargo, la realidad demuestra lo contrario. Los valores son aspiraciones, mientras que la cultura es el comportamiento que se vive todos los días. Confundir ambos conceptos ha llevado a más de una empresa a perder talento, credibilidad y hasta rumbo estratégico.

La diferencia parece sutil, pero es profunda. Los valores suelen estar escritos en páginas web institucionales, en discursos de bienvenida o en murales que adornan los pasillos. En cambio, la cultura es lo que ocurre cuando las cámaras no están encendidas y cuando los líderes no observan. Es lo que pasa cuando un empleado comete un error, cuando el plazo se incumple o cuando alguien toma un atajo para conseguir resultados. Ahí, en esas grietas del día a día, aparece la cultura real.

Si una organización proclama la “integridad” como valor central, pero su colaborador estrella puede violar procesos sin consecuencias porque genera resultados financieros, la cultura que se enseña no es la de la integridad, sino la de la permisividad. Ese es el verdadero riesgo, no lo que se dice, sino lo que se tolera. Y como bien apunta el liderazgo contemporáneo, aquello que se permite se convierte en norma, lo que se repite, se institucionaliza.

Los líderes suelen subestimar la fuerza de la cultura pasiva. No es que deseen un ambiente de desconfianza, lentitud o politización, pero al no intervenir ni corregir conductas negativas, terminan enviando un mensaje poderoso. Aquí todo se vale mientras cumplas con los números. Esa contradicción erosiona la confianza, reduce la velocidad de innovación y empuja al talento a buscar espacios donde los principios sí se traduzcan en acciones.

Por ello, el reto del liderazgo no es redactar frases inspiradoras, sino proteger y moldear la cultura todos los días. Implica decisiones incómodas, como no ascender a alguien con comportamientos tóxicos, aunque sus resultados sean brillantes. Significa reconocer el esfuerzo silencioso, valorar la colaboración y generar un entorno en el que las personas comprendan que su crecimiento depende tanto del qué logran como del cómo lo hacen.

La cultura organizacional, entendida de esta forma, se convierte en la verdadera estrategia. Una empresa que fomenta la confianza, la rendición de cuentas y la coherencia entre discurso y acción no necesita recordarle constantemente a su gente cuáles son sus valores; se perciben de manera natural en las prácticas diarias.


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Alicia Ivette Sierra Sosa
  • Alicia Ivette Sierra Sosa
  • alicia.sierra@mailune.mx
  • Directora de Liderazgo Académico de la Universidad del Noreste Lic. Filosofía y Letras Máster en Gestión Universitaria Máster en Dirección de Instituciones Educativas
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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