Diciembre suele convertirse en una prueba para el liderazgo. Es el mes de los cierres, de los pendientes acumulados, de las expectativas externas y de la presión interna por “terminar bien”. Paradójicamente, es también el mes en el que afloran algunos de nuestros peores hábitos como líderes: el agotamiento normalizado, el perfeccionismo extremo y la simulación de control.
Muchos líderes llegan a diciembre convencidos de que deben sacrificarse hasta el límite, posponer el descanso y demostrar fortaleza. Sin embargo, ignorar el propio cansancio no es un acto de compromiso, sino una forma de desgaste que termina impactando al equipo. Cuando un líder se vacía, difícilmente puede sostener a otros. Además, el mensaje implícito es claro, aquí el agotamiento es normal, y cuidarse es secundario.
Otro error frecuente es intentar cerrarlo todo de manera perfecta. Se confunde cerrar el año “bien” con cerrar absolutamente todo. El resultado no es excelencia, sino saturación y decisiones poco estratégicas. No todo lo que inició en enero debe concluir en diciembre. Algunos proyectos necesitan madurar, otros deben pausarse y algunos, incluso, dejarse ir para que otros puedan florecer. El liderazgo no se mide por cuánto se cierra, sino por qué se decide cerrar.
A esto se suma la tentación de aparentar que todo está bajo control. Mostrar seguridad mientras internamente se vive el caos genera una desconexión que los equipos perciben de inmediato. Cuando un líder no se permite reconocer la dificultad del momento, se crea una cultura de apariencia en lugar de una cultura de confianza. Fingir control debilita más que admitir límites.
La verdad es esta; reconocer que diciembre es un mes complejo no te hace débil, te hace humano. Y la humanidad es la base de la confianza genuina. Un liderazgo consciente entiende que cuidarse no es egoísmo, sino responsabilidad. Que priorizar no es renunciar, sino elegir con sentido, y que la honestidad emocional fortalece a los equipos.
Diciembre no define tu liderazgo. Lo define tu capacidad de darte cuenta, de corregir a tiempo y de cerrar el año con intención, no con desgaste. Porque el verdadero cierre no es llegar exhausto a enero, sino llegar entero para liderar lo que sigue.
