¿A quién enseñamos cuando enseñamos a todos por igual? Cuando reflexiono sobre mi práctica educativa, me hago una pregunta que considero importante; ¿a quién enseñamos cuando enseñamos a todos por igual?
La respuesta, aunque incómoda, es clara, ya que enseñamos a un estudiante promedio que en realidad no existe. Detrás de cada aula hay una diversidad de talentos, intereses y contextos que no pueden reducirse a un molde único.
La personalización del aprendizaje surge como una respuesta urgente a esta realidad. Ya no podemos seguir replicando un modelo educativo estandarizado que trata de homogeneizar lo que, por naturaleza, es diverso. La UNESCO (2023) afirma que la educación debe “adaptarse a las necesidades y potencialidades de cada persona, promoviendo aprendizajes relevantes, inclusivos y significativos”.
Esta declaración confirma que la personalización no es una moda pedagógica, sino un compromiso con el derecho a una educación de calidad.
Personalizar el aprendizaje no significa caer en la individualización aislada ni en convertir al docente en un facilitador pasivo. Más bien, implica reconocer que cada estudiante es protagonista de su proceso, y que nuestro papel como educadores es acompañar y ofrecer rutas flexibles que respeten la singularidad de cada uno.
Esto se traduce en estrategias como el uso de diagnósticos para identificar estilos de aprendizaje, la integración de tecnologías que permiten adaptar contenidos y la promoción de proyectos donde los alumnos aplican sus intereses y contextos personales.En este sentido, el docente se convierte en un arquitecto del aprendizaje que diseña ambientes donde cada estudiante encuentra su lugar.
La pregunta inicial cobra aún más fuerza en un mundo donde la diversidad es la norma y no la excepción. Cuando enseñamos “igual” a todos, corremos el riesgo de invisibilizar a quienes aprenden distinto.
Pero cuando personalizamos, abrimos la puerta a que cada estudiante descubra su voz.
Creo firmemente que la educación del futuro no será la que enseñe lo mismo para todos, sino aquella que tenga la valentía de mirar a los ojos a cada estudiante y preguntarse: ¿qué necesita esta persona para aprender mejor?