Hace un par de días el veterano Porfirio Muñoz Ledo propuso a Marcelo Ebrard y a Ricardo Monreal reponer el episodio ochentero de la corriente democrática del PRI, que con Cuauhtémoc Cárdenas, Ifigenia Martínez y el propio declarante, se oponía al dedazo en ese partido, método tradicional con el que Miguel de la Madrid entregó la candidatura a Carlos Salinas en 1987.
Aquel rompimiento provocó un sismo político del que se desprendió el Frente Democrático Nacional, que lanzó con un conglomerado de partidos a Cárdenas como candidato presidencial opositor y le robaron la elección, pero el movimiento derivó en la creación de entes como el Instituto Federal Electoral, por vez primera ciudadano, y una competencia cada vez más pareja.
El PRI perdió la Presidencia después de 71 años, el PAN gobernó dos sexenios, el PRD devino Morena y se multiplicaron los órganos autónomos y los contrapesos en Congreso y Poder Judicial. Con todos estos antecedentes que exhiben una apertura y una democratización de la vida nacional, no es difícil alarmarse hoy por las señales de retroceso, como los ataques diarios desde el poder a INE, INAI, UNAM, Corte y otras instituciones.
Sin embargo, llama la atención cómo el nuevo Instituto Nacional Electoral, encabezado por Guadalupe Taddei, se estrenó dando señales inequívocas de plegarse a los deseos de Palacio Nacional antes que enredarse en una confrontación, con decisiones como la reducción de salario de la consejera presidenta y apenas días atrás el consentimiento explícito a los llamados del mandatario a votar por Morena y a la proliferación de propaganda de las corcholatas en bardas y redes sociales.
Peor aún: el propio Tribunal Electoral ya convalidó todo. Ni quién se preocupe ya por el concepto “campañas adelantadas”.
Es decir, todo ese proceso que comenzó con el planteamiento que hace Muñoz Ledo a las corcholatas inconformes con el favoritismo a Claudia Sheinbaum, que derivó en un escenario de competencia en el que AMLO pudo llegar a la Presidencia, parece tomar un camino de vuelta, un retroceso con signos de estancamiento promovidos desde el propio poder con los modos típicos, harto conocidos, de aquel PRI que impuso a Carlos Salinas en Los Pinos.