Cuando una ciudad cita –un lugar vivible para todxs– se vuelve una ciudad en el imaginario colectivo (la falsa idea de progreso o de embellecimiento urbano mediante la estandarización de la oferta de ocio), pero también en términos económicos y de desarrollo…: ese movimiento que tanto seduce a gobernantes y a la clase digamos medianamente ilustrada, implica el desplazamiento de la fuerza laboral a las orillas. Es decir: las ciudades se convierten en lugares vivibles solo para quienes tienen dinero, para quienes pueden pagarse el bienestar, que ha dejado de ser colectivo para convertirse en privilegio de quien puede pagárselo: zonas residenciales privadas que emplean mano de obra y vigilancia mal pagada y que encuentran el modo de abastecerse de agua en detrimento de los barrios altos, que pueden pagarse en la ciudad la sombra de árboles o espacios amplios y seguros para el esparcimiento de sus hijos, modelos que privilegian al privilegiado y habilitan un modo de vida que nada tiene que ver con la fuerza laboral real de este país.
Las ciudades, condenadas en su afán de progreso a avenidas insufribles y transporte público deficiente, a “áreas verdes” improvisadas, a la erosión y a la sequía, se han convertido en espacios violentos para el proletariado: desplazados del centro y de los lugares donde las cosas buenas suceden, habitantes de fraccionamientos suburbanos precarizados y cada vez más alejados de todo, habitantes de las afueras, de ciudades satélite o dormitorio,que invierten cada vez más tiempo en llegar a sus lugares de trabajo y a las zonas de esparcimiento. Lo que llaman gentrificación incluso los ha desplazado de los placeres que históricamente les pertenecían, pues pagar más de 70 en una cantina del centro por un trago es francamente un abuso.
Las ciudades que construimos parecen transformarse alrededor de una idea muy extraña de progreso que resulta atractiva para quien pretende encontrar en ellas un poco del mundo interesante y opulento, pero que expulsa a la fuerza laboral y la condena a sufrirla en sus avenidas mal planeadas, su falta de servicios eficientes en las periferias, a la inseguridad y al indigno traslado en el que la vida se mira esfumarse a través de la ventanilla del transporte público. Ojalá el Día del Trabajo sirva de reflexión para que lxs candidatxs de todos niveles, asumidos humanistas y preocupados por el trabajador, entiendan que también hay cosas que importan además de los aumentos al salario.