Cultura

El eclipse en gobierno

La maravilla de los eclipses es que nos devuelven al asombro infantil: a la inocente y honesta sorpresa ante la contemplación de la naturaleza que nos rebasa y deja sin palabras. Quiero creer que existe un común denominador entre nosotros: el asombro ante el cielo nocturno y el miedo que provoca lo sublime en la naturaleza: la fuerza inconmensurable que nos abruma y ante la que nos descubrimos insignificantes. Pasa frente a las tormentas, frente al mar, al pie de las montañas, en la contemplación de riscos y abismos y ante lo indescifrable del cielo. La experiencia parece ser la misma en todos lados y desde siempre: el desconcierto y el asombro. Cada certeza conquistada científicamente plantea nuevas interrogantes que nos demuestran la capacidad de nuestra especie para explicar nuestro entorno, nuestra capacidad intelectual y, a la vez, nuestra intrascendente presencia en un universo en el que somos solo una casualidad.

Fui a ver el eclipse a la plaza Juárez de Pachuca. La Sociedad Astronómica Hidalguense, a través del gobierno del estado, convocó a una jornada de divulgación de la ciencia a propósito del eclipse, y desde muy temprano se montaron telescopios y se organizaron actividades y conferencias en torno al fenómeno astronómico para promover su comprensión y correcta observación. La experiencia en comunidad me confirma el lenguaje universal del asombro, pues nadie fue indiferente: ya fuera a través de los telescopios o con los lentes que te prestaban 30 segundos o en las cajas negras que los niños armaron o en la sombra proyectada por los pocos árboles del jardín adyacente a la plaza: todos era puro asombro, como desde tiempos remotos: por más explicaciones que tengamos ahora, seguimos quedándonos atónitos ante el Sol y su encuentro con la Luna.

Y así como el asombro es el mismo desde el inicio de los tiempos, supongo que también hay otras cosas que tampoco cambian. Mientras observábamos el cielo y en los altavoces sonaban expertos explicando fenómenos del cosmos, no paró el golpeteo de los albañiles montados en andamios trabajando en la fachada del palacio… y, melancólico como soy, no puede evitar pensar en todas esas personas que, al margen de todo, no cesaron de trabajar nunca en las faraónicas construcciones del pasado. Somos más modestos, sí, y metódicos, pero supongo que, en el fondo, donde lo simbólico y asombroso importa, nuestras sociedades han cambiado muy poco.


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Alfonso Valencia
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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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