Política

Reflexiones pedagógicas

  • Apuntes pedagógicos
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  • Alfonso Torres Hernández

La época de fin de año generalmente constituye un espacio de reflexión sobre la vida y nuestra relación con las personas que nos rodean. Lo vemos como un momento de oportunidad para pensar en lo que hicimos y dejamos de hacer durante el año. Igualmente representa un descanso de las actividades cotidianas que realizamos, particularmente en nuestro trabajo. En este sentido, deseo compartir con ustedes algunas reflexiones, que invariablemente están ligadas a la cuestión educativa, pero que tienen que ver con la formación en y para la vida.

Es de reconocer que en su práctica cotidiana los docentes enfrentan un sinfín de situaciones complejas, las cuales en ocasiones no puede atender por las limitantes en su formación profesional, no todos han sido formados en la pedagogía, didáctica y educación, sino que han sido habilitados como docentes y entonces tienen que recurrir a estrategias diversas que les permitan enfrentar esas situaciones. Reflexionar sobre esta situación, necesariamente me lleva a pensar en la urgencia de replantear la formación inicial de los docentes y los procesos de admisión a la docencia. Quizá una de las políticas centrales en el campo educativo tenga que ver con esto, políticas que por cierto se han visto lentas en su diseño e implementación, a pesar de los múltiples espacios generados para su análisis y debate.

En paralelo a ello se encuentra la formación permanente de los maestros. Las estrategias de formación/actualización deben encaminarse a la adquisición de marcos teóricos más sólidos que les permitan cuestionar sus supuestos y certezas sobre el fenómeno educativo, a la vez de proporcionarles elementos que les posibiliten un posicionamiento más claro sobre la cuestión valorativa de la educación. La adquisición de estos marcos teóricos le permite un desarrollo de pensamiento más amplio para comprender su práctica como una práctica situada en un contexto sociohistórico determinado e incidir en ella.

El desarrollo del pensamiento de los docentes les permite trascender racionalidades construidas a lo largo del tiempo, cuya orientación es la formación de hombres técnicos e instrumentales que intencionadamente responden a los intereses de la economía. Trascender esa racionalidad implica un posicionamiento más crítico para transformar el orden social establecido mediante el cuestionamiento constante.

Por ello se torna necesario repensar la práctica cotidiana como algo no neutral y no uniforme. S. Barco (1999) dice que no se la podría concebir como aséptica o descargada de connotaciones ideológicas. Los maestros y profesores transitan las instituciones con valores, creencias, supuestos que se entraman en las escuelas conformándolas particulares. Y, por último, el aula, ese espacio cambiante, dinámico, contextuado, donde alumno y profesor organizan el aprendizaje y la enseñanza significativamente. Por lo tanto, no debe haber respuestas rígidas o estereotipadas, sino que tanto uno como otro deberán posicionarse crítica, flexible e inteligentemente.

M. Souto (1998) propone que los docentes deben tomar la clase desde la complejidad, para plantear propuestas diversificadas de acción, e investigarla como objeto de análisis y como objeto de operación, lugar donde deben plantearse propuestas con alternativas variadas, trabajar sobre interrogantes, y no sobre certezas, analizar tanto lo singular como lo general, utilizar tipos de pensamiento coherentes con la complejidad, considerar la tarea como articuladora y organizadora de la clase y pensar el rol docente como el de un coordinador, experto en la disciplina que enseña, en las formas de enseñanza de ese conocimiento y en las estrategias que favorezcan el aprendizaje. (Cabo, 2005) Valorar el papel del maestro y la escuela entonces, se convierte en un imperativo social y de la política desde su formación inicial, su reclutamiento, su formación permanente y su práctica cotidiana. Si en verdad consideramos que la educación es un dispositivo de transformación social, de democratización y desarrollo, debemos proveer a los maestros de las condiciones para que desde la escuela y en la tarea que le corresponde, se contribuya de la mejor manera a una mejor formación ciudadana y mejor país. Para ello, debemos educar en la razonabilidad, nos dice Matthew Lipman (1997) “La razonabilidad es, con toda certeza, la característica más destacada en la persona educada”. Entonces, educar para la razonabilidad no es educar exclusivamente las habilidades cognitivas de una persona, sino, sobre todo, educar la sensibilidad al contexto, la capacidad de analizar las situaciones, de tener en cuenta el pensamiento y los valores de las demás personas involucradas, y también la capacidad de ser creativo para poder determinar, o incluso idear, lo que resultaría más adecuado para juzgar, decidir o actuar en cada caso (Pérez Jiménez, 2007).

torresama@yahoo.com.mx

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