La Política es una obra de filosofía política escrita por Aristóteles, filósofo y científico griego (384-322 a.C.) que comparte junto a Platón y Sócrates la distinción de ser los filósofos más destacados de la antigüedad. La Política es considerada como el más grande tratado político de todos los tiempos. Hace medio milenio que la Política de Aristóteles comenzó a correr por el mundo impresa en español, y desde entonces más de quince versiones, con bastante más de un centenar y medio de ediciones y reediciones impresas, y más de un texto electrónico accesible por internet, dejan abierto el camino a hermenéuticas y análisis aún poco recorridos que obligan, como poco, a cuestionar la suerte que han gozado, hasta el presente, los clásicos filosóficos recreados en español, vueltos a ser pensados desde la lengua.
De esta obra, me interesa apuntar algunas ideas del Libro cinco: De la educación en la Ciudad Perfecta, conformada por siete capítulos.
Condiciones de la Educación.
El legislador debe poner mayor empeño en la educación de los jóvenes, ya que en las ciudades donde no ocurre así, el resultado es el detrimento de la estructura política, porque la educación debe adaptarse a las diversas constituciones en las cuales el carácter peculiar de cada una es lo que suele preservarla.
Puesto que en todas las ciudades es uno el fin, es manifiesto que la educación debe ser una y la misma para todos los ciudadanos, y que el cuidado debe de ella debe ser asunto de la comunidad y no de la iniciativa privada, ya que el entrenamiento para lo que es común debe ser también común. Sería erróneo pensar que el ciudadano se pertenece a sí mismo, cuando por el contrario, todos pertenecen a la ciudad desde el momento en que cada uno es parte de la ciudad, y es natural entonces que el cuidado de cada parte, deba orientarse al cuidado del todo.
No puede negarse, por consiguiente, que la educación de los niños debe ser uno de los objetos principales de que debe cuidar el legislador. Dondequiera que la educación ha sido desatendida, el Estado ha recibido un golpe funesto. Esto consiste en que las leyes deben estar siempre en relación con el principio de la Constitución, y en que las costumbres particulares de cada ciudad afianzan el sostenimiento del Estado, por lo mismo que han sido ellas mismas las únicas que han dado existencia a la forma primera. La educación de sus hijos se verifica en común, y le dan una extrema importancia. En nuestra opinión, es de toda evidencia que la ley debe arreglar la educación, y que ésta debe ser pública. Pero es muy esencial saber con precisión lo que debe ser esta educación, y el método que conviene seguir.
El sistema actual de educación contribuye mucho a hacer difícil la cuestión. No se sabe, ni poco ni mucho, si la educación ha de dirigirse exclusivamente a las cosas de utilidad real, o si debe hacerse de ella una escuela de virtud, o si ha de comprender también las cosas de puro entretenimiento.
Cosas que debe comprender la educación.
Cosas que deben ser objeto de ella: las letras, la gimnástica, la música y el dibujo; límites en que debe encerrarse el estudio para los hombres libres. Del lugar que en otro tiempo ocupó la música en la educación; es una ocupación propia de los momentos de ocio. La educación debe comprender, entre las cosas útiles, las que son de absoluta necesidad, pero no todas sin excepción. Debiendo distinguirse todas las ocupaciones en liberales y serviles, la juventud sólo aprenderá, entre las cosas útiles, aquellas que no tiendan a convertir en artesanos a los que las practiquen.
Deben ensañarse aquellos conocimientos útiles que son de primera necesidad, aunque no todos; porque es manifiesto que el ciudadano debe asumir aquellas disciplinas que no envilecen al que se ocupa de ellas, considerándose envilecedoras aquellas disciplinas, trabajos y oficios que tornan al hombre incapaces, en su alma, en su cuerpo o su inteligencia para la práctica y actos de virtud, todos los oficios que deforman el cuerpo, así como los trabajos asalariados, porque privan del ocio a la muerte y la degradan.
El ocio es preferible al trabajo y tiene razón por fin, sobre cómo debemos emplearlo, seguramente no en jugar, porque si no, el juego sería necesariamente el fin de la vida. Los juegos deben practicarse más bien en conexión con los trabajos, hay que introducirlos pero vigilando la oportunidad de su empleo. La actividad del juego es un relajamiento del alma, y de este placer resulta el descanso.
Así, sabemos que deben aprenderse y formar parte de nuestra educación ciertas cosas que nos ayudan a dirigir nuestros ocios, y estos conocimientos y disciplinas tienen un fin en sí mismas, mientras que aquellas que están orientadas al trabajo se estudian por necesidad y como medios para otros fines.
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