Sigmund Freud cuenta la historia de un niño de tres años que, estando en una habitación completamente oscura, le dice con temor a su tía:
—Tía, háblame; tengo miedo porque está muy oscuro.
La tía, extrañada, le responde:
—¿Y de qué te serviría que hable, si de todos modos no puedes verme?
El niño, con sabiduría inesperada, responde:
—No importa, hay más luz cuando alguien habla.
Hay más luz cuando alguien habla. Sin duda, una de las frases más poderosas que he leído y que refleja el inmenso poder que tienen nuestra voz cuando compartimos algo auténtico.
Las palabras pueden iluminar caminos, brindar esperanza y transformar vidas. A lo largo de mi carrera he confirmado una y otra vez que compartir nuestras experiencias —aun las más difíciles— es clave para vivir más y mejor. Sin embargo, muchas veces nos cuesta abrirnos. Preferimos mantener conversaciones superficiales sobre el clima, las series o el fútbol. Nos cuesta hablar de lo importante, y muchas veces, aunque todo parezca estar bien y estemos rodeados de personas, nos sentimos solos, en oscuridad.
Ahí es cuando más necesitamos palabras de contención que enciendan la luz que nos guiará a estar mejor. Hace unos meses recibí en consulta a Jorge, un joven de 25 años que atravesaba una fuerte depresión. Llegó conmigo inspirado por su abuelo, don Roberto, a quien vio sorprendentemente fuerte y sereno durante el funeral de su abuela. Con curiosidad, Jorge preguntó cuál era su secreto para mantener tanta vitalidad y paz emocional a sus 87 años, especialmente tras una pérdida tan grande.
Don Roberto, con la calma y sabiduría que regalan los años, le respondió: "No hay grandes secretos, Jorge. La vida sigue, aún después de las pérdidas. Lo que realmente importa son las pequeñas acciones diarias". Y le contó sobre su sencilla rutina: caminar cada mañana con su perro Roco, tomar suficiente agua, disfrutar unos minutos al sol, leer tranquilamente el periódico y reunirse semanalmente con amigos. Pequeñas cosas que, según don Roberto, marcan toda la diferencia. Y añadió algo más poderoso aún: hablar y saber escuchar, porque "la tristeza compartida pesa menos".
Las palabras de don Roberto no eliminaron mágicamente la depresión de Jorge, pero fueron justo la luz que él necesitaba en su oscuridad para tomar una decisión crucial: pedir ayuda profesional.
Aquella conversación se convirtió en un acto de contención emocional y de acompañamiento profundo que dio fuerza y dirección a Jorge para buscar el bienestar que tanto necesitaba. Esta historia nos recuerda algo poderoso: al hablar y compartir nuestra vulnerabilidad, podemos dar luz a alguien más. Por supuesto, también es importante entender que no podemos obligar a nadie a abandonar su oscuridad.
Para algunos, quedarse allí puede resultar más cómodo que enfrentar lo desconocido. Y nuestro papel no es sacarlos a la fuerza, sino ofrecer nuestras palabras como una luz que pueden decidir tomar cuando estén listos.
La vida constantemente nos ofrece oportunidades para aprender de otros. Hoy comparto contigo lo que aprendo de mis pacientes, cuyas voces valientes iluminan este espacio. Y te invito a compartir con honestidad sobre aquello que llevas dentro y a escuchar atentamente a quienes te rodean, porque recuerda: una sola conversación sincera puede encender la luz que necesitas para una vida más plena, saludable y longeva; una vida donde juntos podamos vivir más y mejor.
