Desde hace mucho tiempo, los informes de gobierno dejaron de ser ejercicios de rendición de cuentas y se convirtieron en ceremonias de autoelogio. Cada año se repite el mismo ritual con auditorios llenos, pantallas gigantes, cifras alegres y aplausos desbordados.
Se presenta un país, un estado o un municipio que, a veces, no termina de coincidir con la vida real de los ciudadanos.
Los informes son pasarelas de números positivos con kilómetros pavimentados, millones invertidos, programas lanzados y promesas “cumplidas”. Hay lugar para todo, menos para reconocer el error ya que en la política mexicana, admitir una equivocación sigue siendo visto como debilidad, cuando debería ser el primer paso para corregir el rumbo.
En el primer informe de Alejandro Armenta como gobernador, se presentó un mensaje ordenado, estructurado, cargado de datos y con una señal clara de control político. Hubo logros que vale la pena reconocer.
En seguridad, el discurso de coordinación institucional empieza a tomar forma. En infraestructura, el gobierno dejó claro que apostará por proyectos emblemáticos para marcar el sello de la administración. En política de bienestar, se habló de una estrategia territorial orientada a atender rezagos históricos.
Armenta mostró algo que no todos logran en su primer año. Conoce el estado, entiende la maquinaria gubernamental y sabe comunicar. Sin improvisar, su mensaje buscó transmitir estabilidad, rumbo y mando. En tiempos de incertidumbre política, ese orden se agradece.
Pero ahí está el punto central. El informe no es un punto de llegada, sino apenas un corte de caja. El verdadero reto para Alejandro Armenta será no creerse los halagos ni asumir que los aplausos garantizan resultados y menos que el rumbo ya está trazado sin margen de corrección. Gobernar exige evaluación diaria, decisiones incómodas y autocrítica constante.
En ese escenario, los ajustes en el Gabinete no solo serán necesarios, sino inevitables. Ningún equipo arranca completo ni afinado. Hay áreas que demandan mayor dinamismo, perfiles más técnicos o sensibilidad política que hoy no termina de cuajar. Cambiar no es debilidad; es reconocer la realidad y corregir a tiempo.
Porque al final, los números pueden lucir bien en un escenario, pero la realidad se mide todos los días, en la calle.