La semana que está por concluir trajo consigo el festejo del Día del Niño. Festividad que como todas la infantiles está marcada por la agenda y el ritmo de los adultos. Es decir, son los responsables de las niñas y los niños, léanse maestros de escuela y familias quienes se encargan de decidir dónde y cómo se debe festejar. Hoy, el día de los peinados locos, mañana la fiesta en un jardín para recibir a 100 invitados, ninguno conocido del festejado. Música de regional mexicano y reguetón.
Las redes sociales se desbordan con las fotos de la infancia de los adultos. Frases como: “porque sólo somos niños jugando a ser adultos”, coronan las instantáneas en blanco y negro, sepia o Kodachrome. Hay añoranza por los tiempos idos, cuando importaba más el juego que el juguete. No se habla de la infancia en tiempo presente, porque justo como ya habíamos mencionado en este espacio, el infante no habla, sino que es hablado.
En esta construcción de la infancia ida, no solamente nos podemos topar con el lugar común de que todo tiempo pasado fue mejor. El clásico contemporáneo de “éramos felices y no lo sabíamos”. Ahora se extiende cada vez más rápido el imperativo de curar las heridas de la infancia.
Cada día más personas hablan de esto. Desde actores de cine y televisión, hasta los replicadores de los discursos políticamente correctos, influencers les llaman. Desde luego, en tanto un mandato de los tiempos, esto hace eco en el consultorio. Así como hace unos años los pacientes se presentaban diciendo: “soy bipolar”, hoy lo hacen con la demanda de necesitar terapia para “sanar las heridas de su niño interior”.

Ante este escenario me pregunto ¿de qué heridas de la infancia hablan? No paso por alto los casos de incesto, abuso o violencia sexual que se registran y de las cuales, por fortuna hoy se puede hablar más, es decir han sido sacadas del ámbito de “es lo que pasa en familia y en familia se queda”. Tampoco de la serie de castigos físicos y psicológicos disfrazados de enseñanza y amor. No. De esos no estoy escribiendo.
Hablo de estampas como estas. Cuando di clases en una preparatoria, un alumno me juró de manera muy violenta que “el día de mañana” estaría jugando para el Barcelona de España. Jamás lo vi patear un balón y no quería estar en el equipo de soccer del colegio porque se le hacía poca cosa. Cuando me hizo este juramento, seguro estaría cercano a cumplir los 18 años y yo solo pensé que a esa edad cualquier jugador, ya llevaba varios años jugando en ligas profesionales.
Un día escuché a una alumna, que se aparecía un día sí y dos no en la escuela, también amenazaba a otro profesor con restregarle su título de doctora (licenciada en medicina) en la cara, una vez lo tuviera. Puedo pensar que factores como sus bajas notas y su poco compromiso con los estudios no facilitaron las cosas para que pudiera ingresar a una licenciatura tan competitiva.
En ambos casos podemos hablar de “sueños frustrados” por un sistema que no cumple con la promesa que un día se les hizo: “tú puedes ser lo que quieras ser; basta con que lo desees, tienes que decretarlo y el Universo te cumplirá tus anhelos”.
Me parece que cuando se habla de curar las heridas de la infancia, se refieren a hacer 'algo' con la frustración que les dejó no obtener todo lo que creían merecer.
Estas heridas a final de cuentas son narcisistas, que dañan sobre todo a un Yo Super Poderoso que imaginamos tener, pero que en realidad no existe mas que como un ser mitológico.