Política

Salvar al padre, de Pinocho a Eric

  • Columna de Alberto Isaac Mendoza Torres
  • Salvar al padre, de Pinocho a Eric
  • Alberto Isaac Mendoza Torres

Para Sigmund Freud la cultura nace gracias al asesinato del padre.

En una horda primitiva existía una figura paterna que era autoritaria, impositiva, que tenía a todas las mujeres para él.

Los demás hombres furiosos por esta situación deciden darle muerte. Lo devoran y así cada uno de los que participaron tendrán una parte de su fuerza y se identificarán con él.

Sin embargo, acuerdan que nunca más, ningún hombre podrá volver a ocupar esta posición.

Su teoría del nacimiento de la cultura se replica para tratar de explicar el advenimiento del ser humano. Hay sentimientos de hostilidad hacia el padre que no deja que el niño goce completamente y en exclusividad del amor y la atención de la madre. Complejo de Edipo, denominó a este conflicto.

Antes de continuar hagamos una acotación importante. Cuando hablamos de madre o padre, nos referimos a funciones, operaciones, que permiten ciertos resultados. Cuidado, imposición de reglas, atención. No hacemos referencia a cuestiones biológicas o de carácter civil. Es decir, la función paterna o materna la puede realizar cualquier persona, o incluso un objeto y una circunstancia. Es complicado, lo sé, pero baste con aclarar por hoy hasta aquí.

Hay que “resolver” el Complejo de Edipo, dice el psicoanálisis con Freud, para aspirar a una más o menos aceptable “salud mental”. ¿Pero y si no fuera el asesinato del padre lo que nos salva?, ¿qué tal si el asunto fuera precisamente todo lo contrario: salvar al padre? Así lo podemos pensar de la mano del psicoanalista francés Jaques Lacan y del filósofo italiano Giorgio Agamben.

El italiano en su análisis del cuento de hadas “Pinocho” nos revela que, para convertirse en un niño de verdad, la marioneta tiene que salvar a su padre. Pero no solo se trata de rescatarlo del vientre de la bestia marina, sino de hacer todo un recorrido, escapar de la escuela, entrar al teatro, fugarse al país de los juguetes, su transformación en asno, su encuentro con el Gato y el Zorro, todas estas vicisitudes, nos dice Agamben, son el camino de la iniciación del trozo de madera “a su propia vida”.

Misma operación psicológica podemos encontrar en la miniserie Eric. Las reseñas sobre la historia dicen que, todo inicia cuando Edgar, el hijo de 9 años de Vincent, un titiritero neoyorquino más o menos famoso, desaparece. Pero no, está errada esta interpretación.

Edgar decide viajar a las entrañas de la bestia moderna que es la ciudad de Nueva York. En donde comprueba que lo marginal es lo cotidiano y lo cotidiano es lo marginal. No desaparece porque quiera ya no estar, sino que lo hace para mostrar su presencia. Por eso antes de iniciar este viaje homérico regala a su padre un monstro, Eric. Monstro que no es otro que el propio Vincent. Lo que nos recuerda la máxima freudiana de que lo más ominoso es lo más familiar.

Edgar se tiene que enfrentar a la amenaza de las drogas, la explotación sexual infantil, la traición, para hacerse de su propia vida. Al tiempo que lo hace le muestra a su padre cuál es el camino para salvarse.

Vincent, por su parte, también va recordando para dejar de repetir, que en su propio camino para salvar a su padre se extravió. Quizá entendió mal y creía que debía salvarlo de las garras de la ambición, la corrupción, el poder y el dinero. Pero la salvación no se da en la realidad, sino en lo simbólico. Ahí lo entendió muy bien el pequeño Edgar. Resolvió muy bien el Edipo y al final puede ganar la carrera. Al menos por ese día.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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