Si yo tuviese que hablar mal de alguien, lo haría de mí mismo. Esto lo aprendí al leer De la presunción, de Michel de Montaigne. En este ensayo, el filósofo se permite una honestidad insólita, con la que exalta sin miramientos y con una argumentación inapelable sus defectos como escritor, lo que resulta en un ataque demoledor y erudito contra sí mismo.
El francés escribe:
“Es muy difícil, a mi parecer, que nadie se estime menos, incluso que nadie me estime menos, de lo que yo me estimo. Considero que soy del montón, salvo por el hecho de considerar que lo soy; culpable de los defectos más viles y plebeyos, pero sin negarlos ni disculparlos; y si me valoro es tan solo por el hecho de que conozco cuál es mi valor”. (…) “Mis capacidades no están predispuestas ni organizadas, y sólo me entero de ellas una vez que han actuado. Dudo de mí mismo tanto como de cualquier otra cosa. De ahí que, si salgo airoso de una faena, lo atribuyo más a la fortuna que a mi aptitud, pues todas ellas las acometo al azar y por temor”; “Todo en mí es tosco: me falta elegancia y belleza”; “Mi lenguaje no tiene nada de suave ni de pulido: es áspero, displicente, de movilidad libre y revoltosa”; “Soy de estatura algo inferior a la media. Este defecto no solo comporta fealdad, sino también inconveniencia, en particular para quienes desempeñan mandos y cargos, pues viene a faltarles la autoridad que confiere la buena planta y la majestad corporal”; “Maña y agilidad, nunca las tuve”; “Además del defecto de la memoria, tengo otros que contribuyen mucho a mi ignorancia. Tengo el ingenio tardo y romo: la mínima nube embota su agudeza”, etcétera.
Esta larga autocrítica no es una confidencia impúdica, sino que muestra uno de los objetivos centrales de sus Ensayos, que es escribir con honestidad:
“Por estos rasgos de mi confesión, pueden imaginarse otros que van en mi desmedro. Pero, de cualquier forma, que me dé a conocer, con tal que me dé a conocer tal como soy, cumplo mi propósito. Con todo, no me disculpo por atreverme a poner por escrito unas declaraciones tan bajas y frívolas como estas. A ello me fuerza la bajeza del asunto. Censuren, si quieren, mi proyecto [los Ensayos] pero no mi andadura. De un modo u otro, bien veo, sin que otros me lo señalen, lo poco que vale y pesa todo esto, y la locura de mi plan”.
Montaigne piensa y argumenta igual que los lógicos escolásticos de su época, pero a diferencia de ellos, enfoca este conocimiento hacia una lúdica autocrítica. Es moderno y provocativo porque eleva un monumento a la paradoja: al demostrar de una manera brillante sus propias carencias y limitaciones, logra dejarlas en entredicho.
Existen muchos pensadores admirables, pero a Montaigne uno aprende a quererlo, porque es el sabio que pudo ser nuestro amigo. Por eso es el santo patrono de la ironía.
