Política

Manósfera

Hay una violencia que vive en los foros, en los grupos cerrados de Telegram, en los comentarios anónimos de YouTube, en los algoritmos que premian la provocación. Es el machismo mutante de nuestra era: la manósfera, ese entramado digital donde hombres que se sienten perdidos hallan una causa en su resentimiento, una hermandad en su frustración y una bandera en su odio. Este fenómeno, que comenzó en rincones del internet anglosajón, se ha extendido con fuerza en México y América Latina. En apariencia, son “espacios de reflexión masculina”, pero en realidad son trincheras ideológicas donde se normaliza la misoginia, se ridiculiza el feminismo y se ensalza una noción de “virilidad” basada en la dominación. En esos foros, el fracaso amoroso se convierte en cruzada política; la inseguridad emocional, en doctrina moral.

No se trata de hombres “malos” en el sentido clásico, sino de hombres desbordados por una promesa rota: la que el patriarcado les vendió desde niños —que el éxito, el poder y el amor eran derechos naturales por el simple hecho de ser hombres. Cuando esas promesas no se cumplen, el resentimiento se vuelve combustible. Las redes lo amplifican y los algoritmos lo organizan. Así, la frustración privada se transforma en discurso colectivo, y el discurso, en violencia. En la llamada cultura INCEL —los “célibes involuntarios” que culpan a las mujeres por no desearlos— se condensa la paradoja de nuestro tiempo: hombres que solo entienden el amor como conquista; que conciben el reconocimiento solo a través del sometimiento de otra persona. No es casualidad que este tipo de pensamiento haya sido cooptado por movimientos de ultraderecha: el resentimiento masculino es hoy un brazo cultural del autoritarismo global, un modo de reinstalar la jerarquía perdida a través del miedo.

La manósfera mexicana no nació de la nada. Se alimenta de la ausencia de educación emocional, donde los hombres aprenden a callar lo que sienten y a golpear lo que no entienden. Se nutre también de tener insuficientes ingresos, de las expectativas laborales incumplidas, del espejismo del éxito viril promovido por el capitalismo y la cultura del influencer. Todo eso se mezcla en un caldo digital que produce figuras carismáticas, “gurús” de la virilidad que predican la sumisión femenina y la venganza simbólica contra el avance de los feminismos.

Necesitamos enseñar que el poder no se mide en control, sino en conciencia; que la fortaleza no está en dominar, sino en contenerse; que la virilidad no se pierde cuando se ama, sino cuando se odia.

La pregunta, al final, no es solo cómo frenamos la manósfera, sino qué tipo de hombres queremos ser. Porque si dejamos que los algoritmos sean los mentores, el futuro no solo será misógino, será inhumano.

Y esa es una batalla que no se libra en los tribunales ni en las calles, sino en las conversaciones cotidianas, en las aulas, en los medios, en los hogares, en la manera en que cada uno de nosotros redefine el significado de ser hombre.


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Alan Austria Anaya
  • Alan Austria Anaya
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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