En política, pocas palabras generan tantas interpretaciones como “consulta”: un mecanismo para preguntar directamente a la ciudadanía sobre un asunto público, ya sea mediante un ‘sí’ o ‘no’, para evaluar la continuidad de una autoridad, o como consulta consultiva (valga la redundancia) que orienta una decisión con base en la opinión social.
En Hidalgo, recientemente se han impulsado dos procesos que, sin ser equivalentes, comparten algo valioso: colocan a la ciudadanía en el centro. El primero es el impulso a la revocación de mandato, propuesto por el Gobierno de Julio Menchaca, convirtiéndose en el primer gobernador en promover este mecanismo desde el poder y no por presión externa. Es un gesto que merece destacarse: poner sobre la mesa la posibilidad de que la gente evalúe a quien gobierna se alinea con lo que hoy exige la ciudadanía —mayor control, mayor cercanía y mayor responsabilidad pública—. El segundo proceso fue la consulta sobre el proyecto de economía circular en la región de Tula. En un territorio con una larga historia de decisiones ambientales tomadas sin preguntar, el solo hecho de consultar tiene un peso político profundo. No se trató únicamente del resultado, sino del mensaje: aquí se pregunta antes. Y cuando el “NO” se expresó con claridad, la decisión de respetarlo y anunciar rutas alternativas reforzó la idea de que la participación no era decorativa.
Ahí está el corazón del asunto: en regiones donde durante años dominó la sensación de “decidieron y luego nos avisaron”, preguntar cambia la relación entre gobierno y ciudadanía. Consultar, en esos territorios, no es sólo una herramienta administrativa: es un gesto político de reconocimiento. Es decirle a una comunidad: “tu opinión cuenta antes, no después”. Cuando ese gesto se respalda con hechos —al asumir el resultado y anunciar rutas alternas— se envía un mensaje contundente: la participación fue real, no simbólica, ni escenográfica, ni pensada sólo para la foto y el aplauso. Por eso las consultas se han vuelto comunes en las naciones: no como ocurrencias, sino como herramientas para legitimar decisiones complejas que, sin respaldo social, se vuelven ingobernables. El Brexit mostró cómo una decisión directa puede redefinir el rumbo del Reino Unido, mientras que en Suiza la ciudadanía acude a las urnas varias veces al año como parte de una rutina institucional, casi integrada al calendario nacional (como el frío y el chocolate).
¿Sirven, entonces, las consultas? Sí, cuando logran tres cosas al mismo tiempo: legitiman al dar respaldo social a decisiones difíciles; cuando ponen orden al canalizar tensiones hacia un mecanismo institucional, medible y público. En un estado donde durante años muchas decisiones no se consultaban, preguntar ya es, en sí mismo, un cambio de fondo.