Cultura

Mis libros

En México tenemos una relación complicada con los libros. Los vemos como ajenos, como objetos amenazantes que acechan y esperan a ser abiertos para asaltarnos con ideas y conceptos ininteligibles que nos generen estados de confusión y sopor. Sea quizá porque así nos lo inculcaron en la escuela, o tal vez porque las redes sociales y las series digitales ya nos han quitado casi toda nuestra atención, el hecho es que cada vez se lee menos. Y cuando leemos, es mugrero; libros de autoayuda, fugaces novelillas de autores patito, mamotretos saturados de clichés y lugares comunes y teorías conspiratorias.

Se juzga que esto ocurre porque en la escuela se ha descuidado la lectura y porque en casa los padres, que pertenecen a otra generación, no terminan de entender el valor de leer. Puede ser.

Pero yo más bien creo que el problema principal es que no nos hemos apropiado psicológicamente de ellos. Estamos alienados de los libros. Entiendo que hay un proceso de pereza para con este acto tan elemental de abrir un libro y tan siquiera hojearlo. Entiendo que se desarrolla dentro de nosotros una renuencia a leer, por concepto de la extrañeza que ello pueda suscitar, pero debo insistir en que se requiere tomar una decisión consciente de arrojarse al oleaje de las páginas de un libro y dejarse envolver por sus vicisitudes.

De esta manera reconozco así que cuando abordamos un libro, no deba ser ya con referencia al autor ni a una apreciación académica de la obra. Es algo más íntimo e inmediato, algo más orgánico. Si leo a Robinson Crusoe, no hablo de Defoe. Es mi Robinson Crusoe, mi Quijote, mi Odisea y mi Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Que, por cierto, son lecturas a las que recurro con cierta frecuencia.

Entonces ya no son Cervantes, Defoe o Bernal Díaz, somos nosotros. Los protagonistas de estas aventuras y reflexiones son quienes las leen, quienes las viven en su cabeza de manera particular. Eso es lo importante.

Porque nadie lee ni vive esas lecturas como yo. Allí el foco de este tema: debemos personalizar nuestras experiencias, asimilarlas como algo único y aprender a percibir el mundo de manera individual, imprimir nuestro sello en él, lograr entenderlo desde nuestro punto de vista. De no hacerlo, los libros y la lectura seguirán siendo objetos y experiencias extrañas, fenómenos que promueven el alienamiento, que nos meten en mundos peligrosos que generan ansiedad, cuando el objeto del libro sería el gozo, el aprendizaje, el descubrimiento, la excitación de la imaginación y la reflexión, etcétera.

Claro que luego viene el tema de compartir la experiencia, pero ese es otro tema –igual de importante– que voy a tratar después.

Por lo pronto, el acercamiento aquí es, si queremos recobrar la confianza en los libros, práctico. Comenzar a leer sin previo aviso ni condición, leer porque esa es la base de nuestra civilización y porque a partir de allí construimos mundos increíbles, imposibles en otros tiempos.

Leemos porque al hacerlo, nos convertimos en coautores de tales obras. Leemos porque las mismas obras literarias cambian, se adaptan a nosotros y se propulsan hacia el futuro como textos actualizados, nuevos, frescos y audaces. Leemos porque, al leer, reescribimos la obra y vamos inventando nuestras vidas.


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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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