Veo un problema gravísimo hoy: las nuevas generaciones. Acabo de ver un video de un maestro de prepa, al cual le reclaman por haber llamado estúpidos a sus alumnos. Ante tal queja, el profesor contesta: –Tenemos un alumno que, estando a 43 grados Celsius, trae una sudadera puesta. Luego está una muchacha que ha reprobado el examen para manejar cuatro veces y por último destaca un alumno que, a estas alturas, cree que México es una isla. Sí: son estúpidos.
No hay otra manera de decirlo, aunque se oiga duro. Tengo 56 años. Yo ya no soy el problema, hago lo mejor que puedo. Pero viendo a estas generaciones que van saliendo de prepa no puedo más que mostrar preocupación genuina ante los niveles de educación que tienen. Empecemos: carecen de cultura general. No tienen educación cívica. No entienden de finanzas personales. Son reactivos, principalmente, incapaces de reflexionar. No piensan más allá del fin de semana y su principal mortificación es cómo se van a divertir. No tienen ningún tipo de percepción de su futuro. No comprenden su momento histórico, pues ni ponen atención a las noticias ni a los especialistas que las interpretan. Están tan embebidos en el mundo virtual que su realidad inmediata, y que consideran de suma importancia, son los chats, los juegos, la creación de memes y el cómo figurar en ese mundo, haciendo lo que sea para captar atención para que otros validen sus tontísimas vidas. Otra cosa que no son capaces de visualizar como algo fundamental es el respeto a las reglas y a las leyes en general. Ayer, una señorita estaba haciendo fila en la caja rápida del supermercado. Claramente dice un letrero que solo se aceptan 15 artículos o menos. Ella cargaba con, por lo menos, 40. Cuando llegó su turno, la cajera le hizo la observación de que había excedido el límite, a lo cual la señorita reaccionó enfureciéndose y ejecutando tremendo berrinche. La cajera se acojonó y comenzó a cobrarle. Entonces entramos el resto de quienes hacíamos fila y protestamos. Tuvimos que llamar al gerente y la cosa se complicó, al grado que la joven comenzó a pegar de alaridos y finalmente optó por dejar todo y marcharse. El problema aquí también es de quienes permiten que las reglas se rompan o se modifiquen de acuerdo a los berrinches de otros. Para eso están esas reglas y, si las violamos, entonces no tenemos orden social y las cosas se van a complicar, como ya está ocurriendo.
Lo he dicho mil veces: el tema basal es la educación, en todas las áreas que ya mencioné. Sin eso, estamos invirtiendo en un futuro lleno de imbéciles, cretinos, ignorantes, berrinchudos, anarquistas y pentapendejos. No falta mucho para llegar a un estado de estupidez generalizada. Cada nueva generación que sale al mundo a lidiarse con sus conflictos se reporta cada vez más tonto e incapaz de comprender lo que ocurre a su alrededor y mantener el orden. Ya no digo elevar los índices educativos, la inteligencia, la cultura, ciencia, la virtud, no. Aspiramos solo a que el crimen organizado no se apodere del país y que la corrupción no se vuelva algo cotidiano, al grado de transformarse en un estilo de vida deseable.
Hay que seguir, entonces, permitiendo que nuestros hijos y nietos hagan lo que quieran, que trabajen cuando quieran –si es que así lo desean, no se vayan a cansar–, no cuestionarles nada porque se sienten y se ofenden con cualquier cosa, que crean que el mundo virtual es la realidad preponderante y que todo lo que ocurre a su alrededor es una simulación creada por ese universo digital, y que la cultura y la educación son fenómenos del pasado que hoy no solo son obsoletos y anacrónicos, sino hasta cosa de risa.
Ese es el mundo hacia el cual nos dirigimos. Benditos los idiotas que nada les afecta, y asienten y aceptan cualquier vejación, violencia, tergiversación y engaño. Y que están dispuestos a renunciar a sus libertades más elementales, y todo porque no pueden entender absolutamente nada ni de su mundo, su tiempo, ni de sí mismos.
Felicidades. Estamos a punto del colapso.