Cultura

Alambrito

El maestro Pirucas lo arregla–, dijo el vecino, al tiempo que abría una cerveza. Entonces este señor llegó en su camionetita desvencijada y ruidosa, se bajó, sacó una caja de herramientas (que más bien parecía un recipiente de objetos entre alquímicos y arqueológicos), saludó al vecino, abrieron el cofre de su auto, le pidió al vecino “que le echara luz con el celular”, y luego de una no tan minuciosa inspección declaró que ya sabía lo que tenía el carro. Entonces sacó unas pinzas y un alambre más o menos grueso y algo hizo que, al encender el motor, dejó de vibrar. –¡Bien ahí, maestro Pirucas!

El problema vino unos días después, cuando al vehículo se le descojonó algo y se detuvo de manera abrupta y ya no volvió a arrancar. Cuando el vecino le increpó sobre el desenlace, el maestro respondió: –Bueno, hay cosas que realmente no tienen arreglo. Claro, era cuestión de llevar el auto a un taller con mecánicos certificados y competentes, no con un aficionado que dice que puede arreglarlo todo.

En otra ocasión, el mismísimo maestro Pirucas acudió al llamado de un conocido que tenía un problema eléctrico en su casa. Y sí: nuestro héroe sacó un martillo, apachurró una corcholata y la colocó en alguna parte de la caja de fusibles y, no habiendo pasado dos horas después de tal compostura, el asunto terminó en un pequeño incendio que por obra y gracia del Espíritu Santo lograron extinguir.

Los mexicanos lo arreglamos todo con un alambrito, una corcholata, un pedacito de papel aluminio o un algo que siempre termina funcionando más como un placebo que como una solución verdadera. En tanto que esta improvisación puede ser útil y sacarnos de apuros, está lejos de ser un remedio permanente o adecuado. Y ese es el problema, que nos hemos hecho a la idea de que somos muy creativos y que con cualquier arreglo chilero podemos salir adelante. Pero eso, me temo, no es verdad.

La actitud del alambrito permea todas las áreas del quehacer nuestro; desde cómo llevar las relaciones familiares, las desastrosas finanzas, la política, los negocios y, por supuesto, las múltiples y constantes reparaciones en casa. Ah, y no dejemos fuera a los que de pronto se autoproclaman expertos en cualquier tema que esté de moda y no se miden al momento de opinar en todas las plataformas digitales.

La cultura del alambrito ha llegado muy lejos; se ha infiltrado en la política y el servicio público, áreas en donde nunca se deben hacer las cosas bajo esta óptica. Usted recordará esa declaración de López Obrador cuando dijo que cualquiera podía construir una carretera. Y lo hicieron. El resultado es por todos conocido: tiempo después el camino parecía como sacudido por un terremoto. Dijo también que no se necesitaba ser arquitecto para construir una casa. Imagínese. Pues ahora tenemos un problema, no igual, sino peor: ahora resulta que cualquiera puede llevar a cabo las tareas de los jueces. Eso es muy grave. Imagínese que un día le diga a un lavaloza o a un mesero, sin previa experiencia de cocina, que se encarguen de los fogones de mi restaurante. No creo durar más de dos semanas abierto.

En un país donde valen más las improvisaciones, las puntadas y la confianza ciega que la preparación profesional, académica y técnica y la experiencia probada, no queda más que prepararnos para lo que viene: un desastre. El país en manos de idiotas, cretinos, ignorantes y alucinados.

Nuestra tendencia a usar parches y curitas para arreglar problemas que, o pueden evolucionar hacia un cuadro más serio o solo sirven de manera momentánea es parte de nuestra incipiente mentalidad. El problema es que tenemos demasiada confianza en nosotros mismos y una sobredosis de pereza. Encima, nos falta sentido común. Con este coctel no somos capaces de resolver problemas que van desde cambiar un foco hasta poner a una persona preparada en la silla presidencial.

Pierda cuidado: cuestión de llamar al maestro Pirucas para que con su alambrito y su corcholata –y unas pinzas– arregle todo.


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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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