Por: Gustavo Ortiz Millán
Ilustración: Oldemar González, cortesía de Nexos
Normalmente no pensamos que la consciencia baste para decir que alguien es una persona. Por eso hay concepciones más exigentes. Algunos filósofos piensan que es necesario tener autoconsciencia, que es la capacidad de darse cuenta de que uno es una entidad individual, con conciencia, independiente del entorno y la misma a lo largo de distintos momentos del tiempo. Tal vez menos animales cumplan esta condición, pero de cualquier modo muchos calificarían como personas. Todos aquellos, por ejemplo, que pasen la llamada “prueba del espejo”, que en teoría mide la capacidad de un animal de reconocer su propio reflejo en un espejo como una imagen de sí mismo. Muchos animales la pasan, el problema es que muchos seres humanos no: los bebés prelingüísticos o la gente con discapacidades cognitivas severas (como gente con un Alzheimer avanzado o aquellas en estado vegetativo persistente). ¿Quiere decir esto que no son personas? Parece que sería una consecuencia de tal postura. Uno podría insistir en que sí lo son diciendo que son miembros de una especie que es autoconsciente, pero ¿no estaríamos introduciendo subrepticiamente un criterio adicional —otra vez la pertenencia a la especie— de forma falaz? Hay quien puede ponerse todavía más exigente acerca de las condiciones para ser una persona y afirmar que sólo los seres racionales son personas. Esta postura es antigua. Pero incluso alzando el rasero tanto, muchos animales cumplen la condición. Mucho depende de cómo definamos racionalidad, pero una definición básica como la de que es la búsqueda inteligente de los fines que uno se propone nos haría ver que muchos animales son racionales.