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Bebidas azucaradas: mucho ruido y pocas nueces

Un gravamen de 10% solo ha logrado que los mexicanos dejen de consumir la décima parte de una lata de refresco al año.

El debate del éxito, o fracaso, del impuesto a las bebidas azucaradas en México evoca, como pocos, la imagen del vaso medio lleno o medio vacío. Para algunos, la medida ha sido un éxito desde que se introdujo en 2014, ya que se han generado miles de millones de pesos para el erario y ha bajado el consumo de refrescos.

Pero para otros, si la idea era bajar los índices de obesidad y la carga de problemas sanitarios que implica, aún no se ven tales avances y el panorama no luce todo lo alentador que se pudiera esperar.

Para Juan Rivera, director del Instituto Nacional de Salud Pública (INSP), el gravamen a los refrescos y bebidas endulzadas de 1 peso por litro ha tenido un “efecto elástico” en el consumo de dichos productos. Es decir, el efecto lo ha resentido un sector (el más bajo) de la población.

En el Foro Binacional de Salud 2017, llevado a cabo la semana pasada, Rivera dijo que se suponía que, al subir el precio de los refrescos, la venta bajaría y, por ende, el consumo sería menor. Sin embargo, hay tantas diferencias entre los estratos poblacionales que se diluyen los resultados. A la fecha, la reducción en la compra de bebidas azucaradas es de 7.6% desde que inició el gravamen.


Mar de dulce

El INSP refiere que 70% del consumo de azúcar adicionado en México proviene de las bebidas (refrescos, jugos enlatados, envasados o embotellados, etcétera). En este rubro, la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que dichos productos no deben superar 10% del consumo diario de azúcar, por lo que los mexicanos están consumiendo siete veces más. El nivel óptimo según la OMS es 5%.

Aunque México es uno de los pocos países en desarrollo con una política pública diseñada para combatir la obesidad y sobrepeso, el problema sigue aquejando al grueso de la población, dijo Rivera.

Así, poco ha cambiado el tablero en cuanto al consumo total de azúcar proveniente de las bebidas procesadas. Para la OMS, en promedio, los mexicanos consumen 459 latas de refresco cada año, lo que representa 169 litros per cápita, uno de los tres más altos del mundo. Además, 66% de la población consume azúcar por encima del máximo volumen que recomienda.

Por ello, Rivera dice que la medida fiscal, como medio para atacar la prevalencia de obesidad y diabetes, no es suficiente, sino que hay que apoyar más las estrategias de prevención. Han pasado más de dos años de la medida, y el INSP cree que mantener el costo alto sí será un factor en la disminución de la prevalencia de la diabetes y la obesidad.


Peor es dejar todo como antes

Las refresqueras no están de acuerdo. Agrupadas en lobbies como la Asociación Nacional de Productores de Refrescos y Aguas Carbonatadas, para este grupo, la evidencia demuestra que el impuesto al azúcar afecta más a los más pobres y no reduce significativamente la ingesta calórica.Y en sentido estricto, muchos consumidores de plano prefieren pagar un peso más por litro de refresco que dejar el hábito, aunque sea casi como ingerir veneno en cada trago, si se hace caso a la más reciente campaña de la Secretaría de Salud que remataba cada spot: “No les des muerte a cucharada…”.

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Como señala Rivera, la industria refresquera puede ganar la batalla de la opinión pública al decir que el impuesto no funciona y es regresivo. La OMS concuerda en que el impuesto “es regresivo en cuanto al consumo poco sano, pero no lo es para alternativas más sanas porque el gravamen es una protección en contra de las enfermedades crónicas”.

La idea sigue siendo que como los más pobres beben más refrescos, el aumento los lleva a consumir menos. Pero el hecho es que muchos prefieren absorber el costo que dejar su cocota.


Menos recursos en prevención

Para el INSP y organizaciones de la sociedad civil como Alianza por la Salud Alimentaria o El Poder del Consumidor, el éxito del gravamen a las bebidas azucaradas debería medirse no solo por el ingreso de recursos al erario, sino por avances en indicadores de salud, aumento en los recursos para la prevención de la diabetes, y en medidas materiales como la instalación de bebederos en escuelas públicas en zonas de bajos ingresos.

Si bien el gobierno federal, por medio del Instituto Nacional de Infraestructura Física Educativa, afirma que hay un avance de 35% en la instalación de 40,000 bebederos en el sexenio (según Animal Político), la Auditoría Superior de la Federación advierte (con base en la cuenta pública de 2015) subejercicio y rezagos en el programa.

En cuanto al aporte fiscal, diversos cálculos refieren que el IEPS aplicado a las bebidas azucaradas ha generado más de 80,000 millones de pesos (mdp) desde enero de 2014. Si bien Hacienda no ha informado de qué manera se aplica este ingreso, una revisión a los paquetes del presupuesto de 2016 y 2017 señala una profunda contradicción entre lo que el gobierno federal considera prioritario en este rubro, y la realidad.

Y es que para 2016, en la Ley de Egresos de la Federación se destinaron menos de 600 mdp para el Programa de Prevención y Control de Sobrepeso, Obesidad y Diabetes, del famoso jingle de “Chécate. Mídete. Muévete”.

A pesar de que lo recaudado a la fecha por el IEPS a refrescos y bebidas azucaradas es una cifra monumental, para este año disminuyeron los recursos para el programa de prevención referido. Y es que como apunta Proyecto Puente, los ajustes presupuestarios para 2017 significan un recorte severo: 25.6% a los recursos para el control de sobrepeso; 14.9% para la atención de la obesidad y 3.2% para el control de la diabetes.

En enero de 2016, a dos años de la implementación del gravamen se informaba (por parte del INSP) de una baja de 6% en las compras de bebidas azucaradas a lo largo de 2014, con un pico de 12% en diciembre, lo que representó una disminución de 4.2 litros per cápita en el consumo de dichos productos. El principal impacto de esta medida se vio en los hogares de nivel socioeconómico más bajo, con 9% en todo el año y 17% en diciembre.


Arraigo

Firmas como Coca-Cola están muy arraigadas en el gusto de los mexicanos en una tradición que se traslada a varias décadas atrás. La empresa inició operaciones en México en 1926; es decir, lleva 91 años haciendo negocios en el país. Es tal su arraigo que uno de los intelectuales de izquierda más prominentes, el autor de novela negra Paco Ignacio Taibo II, hace elogio en sus obras y en la vida real de la negra bebida que consume con gusto.

Citada en un texto de Andéia Azevedo en el Boletín de la OMS, la investigadora Marion Nestlé refirió en su libro Soda Politics que desde la década de los 70 arrancó la debilidad de los mexicanos por los refrescos al comenzar a ser parte de la “vida diaria cultural”.

Esto se agravó a raíz de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Desde su implementación en 1994 se detonó el incremento de la obesidad y sobrepeso en México, según un reporte del Instituto de Políticas Comerciales y de Agricultura de EU (un grupo de Minnesota que promueve el comercio justo). El acuerdo, dicen los autores, incrementó el consumo de bocadillos y refrescos, lo que sumado a la mayor ubicuidad (cadenas de tiendas) cambió el ambiente alimenticio de México.

En la OCDE, México mantiene el dudoso privilegio de liderar la prevalencia de diabetes entre la población adulta: casi 10.9%, según el Reporte Global de Enfermedades no Contagiosas. De los que padecen este mal, entre 90 y 95% lo obtuvieron por sus hábitos y estilo de vida (diabetes Tipo 2).


Hay esperanza, pero…

De acuerdo con la OMS, en el más reciente Día Mundial de la Salud (el pasado 7 de abril), la “intervención” del gravamen a las bebidas azucaradas “podría reducir la prevalencia de diabetes en 12% y bajar los costos asociados al tratamiento de esta enfermedad en 26% los próximos 10 años”.

En sí, la expectativa es que en 10 años haya 53,000 casos menos de diabetes entre los adultos y que el costo relacionado baje en más de 2,500 millones de dólares (mdd). En cuanto a la recaudación en ese periodo, el cálculo (con dólares a 13.50 pesos) era de 1,623 mdd al año.

A fin de cuentas, en un tema tan macro, como dice la OMS, se necesita más tiempo para comprender el impacto total de esta medida en la salud. Con todo, “los datos preliminares sugieren que estas políticas fiscales son herramientas poderosas para proteger la salud pública y generar ingresos para utilizarlos en la promoción de espacios más sanos”.

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De acuerdo con un estudio de académicos del INSP, hay evidencias desde 2014 de que el impuesto simplemente se les cargó a los consumidores a través de incrementos en los precios de los productos azucarados y de alta densidad. Aseguran que las bebidas exentas del gravamen no presentaron aumentos significativos.

Con todo, el esfuerzo de toda una sociedad de pagar más por refrescos, aun si hay una disminución en el consumo, podría no resultar en lo esperado: bajar la incidencia de obesidad y la prevalencia de enfermedades como la diabetes, quedando todo en una máquina de hacer dinero para el gobierno.

En otro estudio publicado en Plos Medicine, como no hay cifras fehacientes todavía sobre el impacto del gravamen en la prevalencia de la obesidad y la diabetes, habrá que hacer caso a los modelos matemáticos. En su caso, una simulación por computadora en PlO del efecto de dicho impuesto, entre adultos de 35 a 94 años, entrega lo siguiente: el peso por litro resultaría en la prevención de 189,300 nuevos casos de diabetes tipo 2; 20,400 embolias e infartos menos, y un registro de 18,900 muertes menos, para un ahorro de casi 1,000 mdd en costos clínicos asociados.

La mejor explicación la da el Instituto de Asuntos Económicos (IEA, un centro de estudios en el Reino Unido). Ellos dicen que las primeras evidencias y los hábitos de consumo de los mexicanos, sugieren que el gravamen de 10% a las bebidas azucaradas llevó a un declive diario promedio en el consumo de 36 mililitros por persona” (es decir, la décima parte de una lata de refresco).

Pero, añade, “como el profesor de nutrición y dietética Tom Sanders anota, ese volumen es equivalente a 16 calorías y representa apenas ‘una gota en el océano calórico’”. De acuerdo con Sanders, las reducciones de largo plazo en energía total de 300 a 500 kilocalorías al día son necesarias para prevenir la obesidad. Hay gordura para rato.

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