El nombre de Eugenia de Montijo ha regresado a los titulares mundiales tras el reciente robo en el Museo del Louvre, que involucró su corona.
Sin embargo, su relevancia histórica como mujer va mucho más allá de un objeto de joyería: fue una mujer de impacto global, la última emperatriz consorte de Francia, cuyo reinado fue tan fastuoso como trágico.
¿Quién fue Eugenia de Montijo?
Nacida en Granada, España, como Eugenia de Palafox y Portocarrero en 1826, su linaje aristocrático y su deslumbrante belleza la llevaron a los salones parisinos.
Fue allí donde cautivó a Luis Napoleón III, con quien se casó en 1853 para convertirse en emperatriz. Aunque la corte francesa nunca terminó de aceptar a la "extranjera", Eugenia utilizó su posición para dejar una huella imborrable.
Eugenia no se conformó con ser una figura decorativa. Su inteligencia y carisma la convirtieron en una de las figuras femeninas más influyentes del siglo XIX, con un legado que abarca varios campos:
- Activista social: Se implicó en causas de beneficencia. Promovió los derechos a la educación universitaria de las mujeres y fundó hospitales, demostrando una conciencia social adelantada a su tiempo.
- Regente y diplomática: Asumió la regencia del imperio en tres ocasiones durante la ausencia de su esposo. Su influencia política se extendió a la geopolítica, siendo una pieza clave en la inauguración del Canal de Suez y en la controversial Intervención Francesa en México.
Pionera de la alta costura: Se le considera una pionera de la moda. Fue musa y patrocinadora de Charles Frederick Worth, el modisto que profesionalizó la Alta Costura. Su estilo personal marcaba tendencia en toda Europa.

El exilio y el final de una época
El esplendor del Segundo Imperio se desmoronó tras la derrota francesa en la Guerra Franco-Prusiana en 1870, obligando a Eugenia y a Napoleón III a exiliarse en Inglaterra. Este exilio marcó el fin de su poder, y con él, el de una era imperial en Francia.
Eugenia vivió hasta los 94 años (murió en 1920), sobreviviendo a su esposo y a su único hijo, el Príncipe Imperial. A pesar de haberlo perdido todo mantuvo una dignidad inquebrantable, dedicando sus últimos años a viajar y a ser una testigo directa de la caída de otras monarquías europeas.
La corona: Un testimonio en el Louvre
El robo que sufrió recientemente el Museo del Louvre en su Galería de Apolo ha puesto de manifiesto la perdurable fascinación por Eugenia de Montijo.
Varias de sus piezas personales, incluyendo su corona, forman parte de la valiosa colección de joyas de la realeza francesa. La joya, presuntamente recuperada con daños tras el robo, sirve hoy como un frágil pero poderoso recordatorio de la Condesa de Teba que se convirtió en la última emperatriz de Francia.
KVS