En el corazón del Centro Histórico de Durango capital, donde la modernidad apenas roza los muros antiguos, se levanta una estructura de piedra que guarda más que historia arquitectónica: conserva susurros, ausencias y cicatrices de quienes perdieron las ganas de vivir y lo eligieron como el punto desde el cual le pusieron punto final a sus días.
Es el Puente de Analco, un lugar que, más allá de unir dos puntos de la ciudad, conecta la memoria de quienes ahí se quitaron la vida con la conciencia de los que aún caminan por sus costados, aunque por algún tiempo evitaron usarlo.

Sus escalones parecieran dar testimonio de las tragedias que ahí ocurrieron. Subir este puente es sentir todas esas emociones, pues en sus escalones se podían leer mensajes de aliento como: "No lo hagas, sí hay razones para vivir".
Durante años, el Puente de Analco ha sido un testigo silente del devenir de Durango. Su origen se remonta al siglo XVIII, cuando fue construido para comunicar el barrio de Analco con el resto de la ciudad.

En náhuatl, Analco significa “al otro lado del río”, y desde su fundación, este barrio ha sido un enclave de identidad popular, con raíces indígenas y obreras.
El puente, hecho de cantera y cal, sirvió como paso peatonal sobre el arroyo El Tunal —hoy canalizado— y fue parte del tejido urbano de una ciudad que creció al ritmo del comercio, la minería y la devoción religiosa.
Pero con el paso del tiempo, el puente dejó de ser solo una obra de infraestructura. Se transformó, sin proponérselo, en un punto de quiebre emocional. Un lugar donde, según los testimonios, muchas personas eligieron dar un último paso.

Durante años, vecinos y transeúntes lo evitaron, no por miedo físico, sino por la carga emocional que fue acumulando.
“Nadie usa ese puente, por eso está abandonado”, dice un señor mientras lo señala. Luego añade, con tono grave: “Es un puente donde se han registrado varios suicidios”.
Esa fama sombría no es infundada. El año 2022 fue uno de los más duros en materia de suicidios para Durango. Se registraron 153 casos, una cifra que encendió alarmas entre autoridades y sociedad civil.
Muchos de esos casos ocurrieron en el Puente de Analco, particularmente entre jóvenes de 20 a 35 años, una franja de edad marcada por la presión, la incertidumbre y la falta de redes de apoyo.

Esto conmocionó a la sociedad duranguense, por lo que se dio inicio a una campaña para inhibir que más personas tomaran la decisión de atentar contra su vida.
Así surgió una iniciativa ciudadana impulsada por instituciones educativas, centros de salud mental, organizaciones religiosas y activistas independientes. Todos coincidieron en algo: había que intervenir ese espacio antes de que se convirtiera en un símbolo del abandono emocional.
Los barandales del puente comenzaron a llenarse entonces de mensajes de aliento: frases escritas con plumones, pintadas con aerosol o colgadas en lonas. Una de las más recordadas decía: "No lo hagas, sí hay razones para vivir". Otra, más amplia, ondeaba en el viento sobre la estructura que en 2013 fue reconstruida: "Ninguna historia debería de terminar antes de tiempo".
Subir al puente en ese tiempo era como caminar entre lamentos detenidos. Cada escalón parecía cargar una parte del dolor colectivo, pero también la esperanza. Había quienes subían solo para leer esos mensajes. Otros, simplemente rodeaban el sitio para no remover emociones pasadas.

Aunque se pueda creer o no creer en cuestiones que van más allá de una explicación científica, el puente guarda una atmósfera que impacta en el ánimo de quienes pasan del barrio de Analco al primer cuadro de la ciudad.
Hay quienes dicen que de la nada los invade un gran sentimiento de tristeza, el cual se disipa al momento de cruzar esta construcción que está en abandono y totalmente vandalizada, lo que abona a pensar que algo "inexplicable" hay ahí.
“No es sólo lo que pasó ahí, es lo que se siente”, comenta Ana Luisa, estudiante de psicología, quien participó en uno de los primeros esfuerzos de intervención emocional del sitio.
“Hay quienes no creen en eso de las energías, pero muchos coinciden en que al pisar el puente se experimenta una tristeza profunda, como si algo te apretara el pecho. Y cuando lo cruzas, se va”.

Esa atmósfera, que algunos tachan de esotérica y otros de simbólica, no es gratuita. El deterioro físico del puente —grafitis, basura, barandales rotos— se mezcla con el deterioro emocional que representa.
Las promesas de restauración, tanto del gobierno municipal como estatal, han quedado en palabras. Desde su reconstrucción en 2013, no se ha hecho más que lo mínimo para conservarlo. La piedra noble que alguna vez fue orgullo del barrio ahora está cubierta de moho, descuido y silencio.

Y, sin embargo, sigue siendo un sitio de contención. El 10 de mayo de 2024, mientras muchas personas celebraban el Día de las Madres, una joven de 22 años fue contenida emocionalmente por personal especializado de la Línea Amarilla, un programa que opera la Secretaría de Seguridad Pública del Estado.
La joven estaba a punto de lanzarse desde el Puente de Analco, pero fue salvada. Al ser atendida, confesó que atravesaba por una crisis derivada de problemas con su pareja y por el reciente fallecimiento de su madre y su abuela.

Mientras tanto, el Puente de Analco sigue ahí. Sosteniéndose entre el olvido institucional y el recuerdo imborrable de quienes lo cruzaron por última vez. Un lugar que reclama, en silencio, ser más que un sitio trágico. Que pide ser escuchado, atendido, sanado.
edaa