DOMINGA.– En junio de 2023 llegó La Casa de los Famosos versión México. De gala en gala, pronto rompió paradigmas: puso a millones de espectadores a opinar en las redes sociales sobre el influencer participante, a discutir, a polarizar, como si estuvieran decidiendo el futuro del país. Wendy Guevara ganó en aquella ocasión, una mujer transgénero y su victoria se celebró en el Ángel de la Independencia.
Estábamos ante un país que empezaba a debatir la inclusión en la televisión. Y hacer un paralelismo es inevitable. Vivimos en un México polarizado entre hombres y mujeres, chairos y fifís, del América o las Chivas, cuarto Día o cuarto Noche. Y en las redes amplifican fanatismos y la provocación se convierte en estrategia.
Claro, a veces las cosas se salen de las manos, cuando los participantes expulsados han sido víctimas de ciberbullying o duras críticas disfrazadas de funa o hate. Sucedió recientemente con la participante Mariana Botas, cientos de memes, posts y reels hablaban de su voz y su físico. En otros casos también inciden en la agenda nacional colocando temas como la salud mental.

Entonces, La Casa de los Famosos es un reality que reproduce esa lógica a escala televisiva: alianzas, traiciones, héroes y villanos que se disputan la simpatía de la masa votante. Los bandos dentro del reality se parecen demasiado a los que hay afuera. Quizá por eso tanta gente prefiere votar más en un programa de televisión que en una decisiva elección de magistrados.
Porque en un reality hay rostros, emociones, historias que se siguen las 24 horas del día, mientras que en las decisiones institucionales parece que no hay narrativa ni emoción, sólo papeleo y tecnicismos. El espectáculo moviliza los afectos y la política institucional, cada vez menos. Así es como todo el país está hablando otra vez de La Casa de los Famosos.
La carta de LCDLF ante los gigantes del streaming
La Casa de los Famosos es un fenómeno multiplataforma, de una televisora ante los gigantes del streaming. En 2024, en su segunda temporada, rompió las cifras: 6.5 mil millones de reproducciones de video en redes sociales, 30% más que en la primera edición. Superó los 35 millones de votos en una sola gala de eliminación y tuvo picos de rating durante momentos álgidos, como la intempestiva salida de Adrián Marcelo, que abandonó el juego de noche y sin mayor explicación.
Aquella final se proyectó incluso en salas de cine, con 30 mil espectadores y una recaudación cercana a los 2 millones de pesos; sólo en la plataforma ViX –donde transmiten 24/7– se contabilizaron más de 411 millones de horas vistas, 73% de incremento respecto al año anterior.

Para ponerlo en perspectiva, en las elecciones federales de 2018, Andrés Manuel López Obrador obtuvo la presidencia con poco más de 30 millones de votos.
Hace apenas seis semanas arrancó la tercera temporada de esta emisión, confirmando que es un fenómeno social que todavía puede superarse a sí mismo. En la tercera gala alcanzaron 14.3 millones de espectadores y poco más de 16 millones de votos. Una cifra sin precedentes hasta la cuarta eliminación, que sumó 15.2 millones de televidentes y 16.6 millones de votos, un récord histórico en la televisión.
El crítico Álvaro Cueva comparaba hace unos días a este reality con las antiguas ceremonias prehispánicas. “Es la piedra de los sacrificios del siglo XXI donde el pueblo de México derrama la sangre de alguien que ha sido elegido para ofrendar su existencia. ¿A cambio de qué? De paz. El que ‘muere’, no ‘muere’. Alcanza la gloria. Es un honor haberle ofrendado la ‘vida’ a los ‘Dioses’”, escribió el periodista en su columna de MILENIO.

Y profundizó en las cifras luego de las expulsiones de la cantante Ninel Conde y de la exreina de belleza Priscila Valverde: “La suma de todos los números, de todas las aristas que integran todo este contenido de Televisa, es más grande que la del año pasado, que era la más grande de todos los tiempos”.
Nunca antes, ninguna emisión de este tipo había logrado tales niveles de aceptación o, debemos decirlo, de devoción. Como si se tratara de una suerte de plaza pública digital, el reality se ha convertido en un espejo de la sociedad mexicana que es apasionada, dividida, polarizada, imposible de ignorar.
“No nos hagamos tontos, La Casa de los Famosos México es, ante todo, una telenovela, una gran telenovela donde hay buenos y malos, mujeres y hombres, ricos y pobres, jóvenes y viejos. Pero, sobre todo, donde hay pasiones, alianzas, traiciones, dolor, humor y aportaciones sociales. No hay nada más gratificante hoy, cuando casi nadie manda sobre nada, cuando casi nadie tiene el más mínimo poder, que decir: ‘el destino de estas personas está en mis manos’”, remató Cueva.

Las controversias de La Casa de los Famosos
No obstante, el formato no ha estado exento de críticas. Muchos califican al concepto como ejemplo de la sociedad machista en la que vivimos, pues en las tres temporadas han sido eliminadas primero las mujeres participantes, mientras que los hombres son quienes permanecen hasta la recta final. A las participantes que se atreven a seguir sus estrategias se les acusa de “villanas”, y a sus contrapartes hombres, de “estrategas”.
Otros señalan que el formato favorece a los polémicos. Además de Wendy Guevara –del clan Las Perdidas, la mujer trans que ganó en horario estelar, con millones de votos y una narrativa de resiliencia–, está el caso del ganador de la temporada de 2024, Mario Bezares, polémico por haber estado preso a raíz del asesinato de Paco Stanley.
En esta tercera emisión, los números también favorecen a alguien perteneciente a las minorías: Abel Sáenz, un economista y creador de contenido nacido de Zacatecas que, dada su talla baja, apareció en medio de la casa dentro de una bola disco durante la primera gala. En una casa, por cierto, que no está diseñada para su buena movilidad. Todos lo llaman Abelito y es uno de los favoritos para llevarse los cuatro millones de pesos.
Se ha acusado al equipo de producción –conformado por Rosa María Noguerón, Frank Scheuermann, Erika Vargas y Paly Alonso– de manipular votaciones mediante filtraciones de listas, de tener favoritismos y hasta romances con participantes. Noguerón ha defendido el carácter legítimo del voto, asegurando que es la audiencia la que decide y que las supuestas listas eran meras especulaciones. Han sido señalados también por descuidos en las galas o en la transmisión de ViX, poniendo en duda que el 24/7 sea totalmente en vivo, según algunos comentarios del público.
Incluso se habló de la salida de Noguerón tras las controversias de 2024. Figuras como Niurka Marcos –madre de Emilio Osorio, participante de la primera temporada– la han acusado directamente de trampas y favoritismos. Noguerón ha admitido, sin embargo, que trabajar en este formato implica soportar ataques personales, hate en redes y presiones, pero ha insistido en que su trabajo es sostener la credibilidad del formato.

Todo comenzó con Candid Camera en 1948, que encendieron la chispa del reality show al sorprender a personas comunes con cámaras ocultas. En 1975, el experimento se perfeccionó con An American Family, donde una familia real dejó huella como uno de los primeros formatos reconocidos como “realidad televisada”. Años más tarde, la cadena MTV revolucionó el género con The Real World, en 1992, cuando jóvenes confinados y sin guion dieron paso a la era moderna del reality.
Pero fue el fenómeno Big Brother, creado por John de Mol en 1999, el que demostró que el espectáculo de lo íntimo podía ser rentable y viral, tanto que hoy existe en más de 70 países. Desde entonces, los realities se volvieron un espejo social. Evolucionaron de cámaras ocultas a casas vigiladas 24/7, con famosos, votaciones masivas y campañas en redes.
Así, los realities conjugan documental, concurso y drama, y el espectador ya no sólo observa, se convierte en protagonista de la trama.

En México, tras varias experiencias, el formato encontró su adaptabilidad perfecta en La Casa de los Famosos, que desde su primera edición se convirtió en fenómeno de debate. Famosos bajo vigilancia, conflictos, estrategias y, sobre todo, votos que dictan el destino, hicieron que el público sintiera que tenía poder sobre la narrativa televisiva.
Y la economía acompañó ese éxito. En 2023, la inversión publicitaria total alcanzó los 118 mil millones de pesos, con un crecimiento anual del 8.2%. De ese total, la televisión abierta acumuló el 36% del presupuesto, todavía como reina indiscutible, aunque lo digital avanza rápido. TelevisaUnivision combinó la TV lineal y el streaming para obtener incrementos del 18% en sus ingresos publicitarios. Estudios de eMarketer apuntan que casi la mitad de la inversión total todavía se destina a la televisión abierta. Este es el contexto económico que explica por qué un reality como La Casa de los Famosos no sólo llena pantallas, también atrae anunciantes ávidos de televidentes cautivos.

LCDF enganchó pero ese enganche tiene un precio
El beneficio de los realities es claro: las televisoras elevan sus ratings y recuperan protagonismo en la era digital, algunos famosos reviven sus carreras, otros se convierten en ídolos populares y el público se divierte, olvidando por completo los problemas de la vida cotidiana.
Hoy, La Casa de los Famosos tiene versiones en Estados Unidos, España, Colombia y otros países de América Latina, y se ha convertido en una franquicia que multiplica ingresos y visibilidad a nivel mundial. En México, además, ha servido para revivir carreras, como la de Alexis Ayala, para consolidar el carisma de viejos ídolos, como Facundo, para convertir a Abelito en icono viral y para catapultar a Wendy Guevara al rango de símbolo cultural, teniéndola ahora como conductora.

En un país donde millones se abstienen de votar por sus alcaldes, magistrados o diputados, pero se desvelan para salvar a un famoso, el fenómeno de La Casa de los Famosos, de Endemol y Televisa, resulta más que un simple entretenimiento: es la prueba de que la emoción pesa más que la razón, que el corazón vence al deber cívico y que el espectáculo puede más que la institucionalidad.
No es que la gente no quiera participar en la vida pública: lo que no quiere es aburrirse. Y ahí radica el secreto. La política no sabe contar historias, la televisión sí.
Quizá lo inquietante sea reconocer que hoy, la metáfora más precisa de nuestra democracia, no está en San Lázaro ni en el Senado, sino en un set con cámaras 24/7, donde se vota más que en una elección intermedia y donde los bandos –los de “team fulano” y “team mengano”– se comportan con la misma pasión ciega que los bandos políticos en redes. Entre un domingo de gala y una jornada electoral, la diferencia no es de método, sino de narrativa: la casa ofrece drama, lágrimas, traiciones, reconciliaciones. El Congreso, en cambio, apenas bostezos.

El reality enganchó a millones. Pero ese enganche tiene un precio. Porque mientras nos volcamos en salvar o expulsar a un famoso, seguimos dejando en manos de otros las decisiones que marcan el rumbo del país. Y sin embargo, ¿cómo culpar a una sociedad que ha encontrado en el espectáculo la ilusión de que su voz importa? Y La Casa de los Famosos es eso, la ilusión de poder, un placebo democrático y un espejo deformado donde nos vemos más participativos de lo que realmente somos.
Al final, este show es la síntesis de un México que ríe, llora y vota desde el sillón, que prefiere un drama televisivo, que se enciende con la expulsión de una diva y bosteza con la designación de un juez. Y quizá ese sea el mayor triunfo –y también la mayor tragedia– de nuestra era: que no nos hemos acostumbrado a que la verdadera casa de los famosos no está en la tele sino en la vida pública y que todos, nos guste o no, jugamos ahí.
Por eso tenemos que hablar de La Casa de los Famosos México, porque al final es hablar de nosotros mismos.
GSC