DOMINGA.– Durante décadas fueron quizá eso: empleadas invisibles. Un engranaje silencioso que sostenía el funcionamiento de oficinas enteras. Armaban agendas, apagaban fuegos, corregían errores ajenos. Algunas secretarias venían de la escuela técnica, otras aprendían en el camino. Pero todas hacían más de lo que decía su puesto y todas recibían menos de lo que merecían.
Llevamos semanas hablando de Lupita Romo, que interpreta Mariana Treviño en Mentiras, la serie. Tacones altos golpean el suelo con la fuerza de quien se sabe esencial. Una falda lápiz que dibuja la silueta. Blusa con estampado de animal print, un guiño salvaje en medio de la oficina. El peinado: un crepé ochentero que desafía el viento. Sus uñas largas y su voz segura completan la escena. No dirige el despacho ni es la estrella del musical. Es la secretaria.

Un personaje secundario que entra a cuadro y se roba la atención sin pedir permiso. Le bastó cantar “Pobre secretaria”, el clásico de Daniela Romo de 1983, para revivirlo, convirtiéndolo en un himno, en tendencia. El personaje basado en el cliché popular de la secretaria bilingüe del pasado se volvió viral: sus frases, sus gestos, sus pasos de baile. Lo más importante no fue el trend, sino la pregunta que quedó en el aire: ¿qué ha pasado con las secretarias?
Hoy el escenario parece otro. Las secretarias que trabajan en grandes corporativos o entornos globales editan contratos, ordenan crisis con un clic, programan videollamadas que conectan México con China, Alemania o Estados Unidos. Hablan inglés, responden en francés, gestionan presupuestos millonarios. Tienen títulos universitarios, posgrados, diplomados.
Las secretarias ya no sólo asisten, deciden. Sostienen vidas ajenas, sí, pero además mueven las piezas que marcan el rumbo de una oficina.

Pero esa no es toda la historia. Para la mayoría de las secretarias en México, el trabajo sigue atado a lo básico: realizar llamadas, llenar oficios y formatos, pasar horas frente a hojas de Excel y sueldos que apenas alcanzan. Evolución y precariedad conviven en la misma profesión.
Y en medio de todo, otra señal de cambio: los nombres. No más la palabra “secretaria”. Ahora les llaman asistentes ejecutivas o administrativas, business partners, office managers, chief of staff y otros títulos que a veces vienen con más poder real y prometen estatus; pero otras son apenas maquillaje para el trabajo de siempre en una oficina. En ambos casos, el título intenta decir que el puesto tiene otra dimensión.
En TikTok se asoma la versión más glamurosa de este empoderamiento. Lo que era rutina se volvió espectáculo, es como una coreografía del control. Desde hace tiempo se vuelven virales videos que muestran su día a día: jornadas cronometradas, escritorios minimalistas, outfits impecables, calendarios llenos y tazas de café que se multiplican. Todo acompañado con música, frases motivadoras y hashtags que marcan tendencia: #executiveassistant (más de 20 mil publicaciones), #corporatelife (más de un millón) y #corporategirly (casi 40 mil). No están al centro del escenario, pero todo marcha a su ritmo.
@fer_srz Otro día más dándole duro ????????#corporatelife #corporatetiktok #corporategirlies #vidagodin #girliehacks #girlie #corporatehumor #corporatefit #bici #fittok
♬ The Look - Metronomy
Ana Palacios lo sabe. Treinta años de asistente ejecutiva le dan autoridad: “Ya no nos sentimos invisibles, somos indispensables”. Lo dice convencida.
Las primeras secretarias: necesitaban saber taquigrafía y mecanografía
Cada letra, un golpe seco: clac, clac, clac. La máquina pesaba más de diez kilos y olía a hierro. La llamaron Remington. Era 1873 en Estados Unidos. Christopher Latham Scholes la diseñó, pero fue su hija quien la estrenó. Lilian, de 23 años, se sentó frente a las teclas y comenzó a escribir. Se convirtió en la primera secretaria registrada. La puerta no se abrió de un sólo empujón: la tecnología metió la llave y las mujeres la giraron.
Luego llegó la guerra. Cuando los hombres se fueron al frente, muchas ocuparon los escritorios. Aprendieron taquigrafía, mecanografía y cómo ordenar documentos con la precisión de un relojero. Se fue moldeando la profesión, casi siempre asociada al silencio, a la asistencia y a la obediencia. Lejos de la mesa donde se tomaban decisiones, siempre cerca de la puerta.

En la mayoría de los casos, el trabajo consistía en pensar por otro, escribir por otro, rápido, sin errores y con discreción. “¿La palabra secretaria de dónde viene? No lo sabe, de la palabra secretum es latín y es el secreto que tiene que guardar una secretaria”, dice Lupita en Mentiras, la serie.
Con el tiempo, el sonido evolucionó. El clac metálico cambió por el timbre del fax, el girar del teléfono de disco y el zumbido de la copiadora. Eran los años setenta, cuando el secretariado se consolidó como una profesión de mujeres en América Latina. Oficio y aspiración. En México, las escuelas se multiplicaban: Helen’s School, Academia Comercial Lefranc, las de la Cámara de Comercio, los centros de capacitación de la Secretaría de Educación Pública. Y se volvió importante la necesidad de ser bilingüe para enfrentar un entorno laboral cada vez más globalizado y competitivo.
“Platicando con una compañera de la secundaria, me dice: ‘hay una escuela para señoritas en la que te forman como secretaria ejecutiva bilingüe. Son cuatro años, terminas y ellos mismos te consiguen el trabajo, tienen bolsa de empleo”, recuerda Norma Gutiérrez, hoy con 35 años de experiencia como asistente ejecutiva. Se inscribió. “Yo buscaba estudiar algo que me permitiera trabajar rápido para apoyar a mi familia”.

Ahí enseñaban mucho más que mecanografía y taquigrafía. Era un molde: ortografía perfecta, inglés suficiente, disciplina, sonrisa fija, pulcritud absoluta y discreción como mandato. Ese modelo no era un invento sólo de las empresas, estaba en todas partes. Canciones, telenovelas, películas repetían la misma imagen: mujer joven, libreta en mano, lista para anotar lo que otro pensaba. El calendario lo confirmaba: el Día de la Secretaria se entregaban tarjetas de felicitación que decían “Gracias por tu dedicación y apoyo incondicional”. No hablaban de liderazgo.
“Antes la secretaria se enfocaba en lo básico: toma dictado, pásalo a máquina de escribir, lleva el café. Ese era el perfil”, recuerda Salvador de Antuñano, director de Recursos Humanos en Grupo Adecco, compañía que coloca miles de profesionales en oficinas en todo el país. Eran indispensables, pero sólo como sombra.
Las #ChicasCorporativas que documentan su día a día
Las cámaras la siguen desde que amanece. “¡‘Hello’, ven a un día conmigo como asistente ejecutiva!”, dice Monick.g en TikTok, con el tubo en el fleco mientras maneja rumbo a la oficina. A las ocho ya está frente a la computadora revisando la planeación anual de viajes del jefe, respondiendo WhatsApp y coordinando reuniones. Mientras desayuna en su escritorio, anota más pendientes: juntas, uniformes para choferes, calendarios de vuelos. Más tarde, una junta. Más tarde, otra. Más tarde, tres más. Al terminar, corre a su clase de ‘indoor cycling’. Todo grabado en clips cortos con música pop y subtítulos minimalistas.
@monick.g Parte 20 | Diario de una Asistente Ejecutiva ????????????✨???? #executiveassistant #executiveassistantlife #asistente #asistentejecutiva #thatgirl #corporate #corporategirlies #dreamjob #fy #fyp #paratiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii #goals #daywithme #undiaconmigo #diariodeunaasistenteejecutiva
♬ Manchild - Sabrina Carpenter
Otra escena: Aracely muestra su jornada cronometrada. A las 8:00 revisar correos, 9:10 tiene una reunión a la que llega tarde, 11:30 lunch en la segunda junta, 12:30 trabajo, trabajo, trabajo, 2:30 espera otra llamada, 4:15 agenda proyectos para mañana y 4:30 cerrar la computadora. La coreografía precisa de quien sostiene un engranaje para que nada se detenga.
Con los hashtags #asistenteejecutiva #executiveassistant #corporategirly #corporatelife, este tipo de videos acumulan miles de reproducciones en TikTok. Ninguna de las protagonistas toma dictado. Ninguna sirve café. Negocian, deciden, priorizan. Son estrategas con playlist virales.
Los videos duran segundos, pero la realidad se mide en horas. Afuera queda mucho del día a día: la llamada que cambia la agenda completa, el correo que se escribe a las 11:00 de la noche, la crisis que se resuelve sin dejar rastro y la ansiedad que eso conlleva. El algoritmo premia lo estético, no el peso real del trabajo.
@aracely.boyl Un día conmigo trabajando en un corporativo en USA ????????️ #office #corporate #corporategirl #work #administrativeassistant #mexicanaenusa #coffee #lifestyle #vlog #motivacion #latinaenusa #officelife
♬ original sound - Aracely
Y sin embargo esas imágenes capturan algo más que la rutina: una profesión que es multitud. En México, 3.9 millones de personas hacen trabajos auxiliares de oficina, según el Inegi. El género sigue marcando el pulso: 60% son mujeres. La edad promedio: 37 años. Pero la estadística no cuenta la evolución, no cuenta que ese rol en algunos casos dejó de ser operativo para convertirse en estratégico. “No es sólo un asistente, es quien protege el tiempo, cuida la energía y ejecuta con visión. Es una persona que está muy clara de las prioridades de la compañía, participa, sabe dónde tiene que estar para poder ayudar”, dice María Fernanda Martorano, senior executive manager en PageGroup México, la compañía que coloca a estos perfiles en corporativos.

Las habilidades que más pesan son liderazgo, resolución de problemas, comunicación efectiva y confidencialidad absoluta. No es un detalle menor, ellas saben todo antes que nadie. Incluso deciden qué proveedores entran y salen o qué temas llegan a la mesa de los directores.
El cambio a veces se mide en sueldos. Y ahí aparece la paradoja: la base es precaria. El salario promedio ronda los 6 mil 300 pesos al mes, dice el Inegi. Evolucionó algo pero no todo. Está muy lejos del glamour que TikTok vende. Muy lejos de la realidad de las que ganan más, porque sí, existen: una asistente bilingüe en dirección general puede recibir entre 40 mil y 50 mil pesos al mes; si asiste en una presidencia o vicepresidencia, el rango sube de los 45 hasta los 75 mil; y una office manager puede llegar a 85 mil pesos, más que algunos gerentes. Pero son las menos. La mayoría sigue lidiando con cargas infinitas por un sueldo que no da para tanto.

Orgullo y desgaste de las secretarias que velan y se anticipan
El poder tiene dos caras: orgullo y desgaste. Lo cuentan sin dramatismo, pero las frases pesan. “El cambio no ha sido fácil. Eso ha sido capacitarse continuamente y demostrar que tenemos valor”, dice Ana Palacios, una asistente ejecutiva con más de tres décadas en el oficio.
Cuando comenzó, el puesto era de secretaria y representaba un círculo pequeño: archivar, coordinar, atender llamadas. Hoy, ese círculo se estiró hasta el límite. “Ya no sólo es acompañar al jefe, es anticiparse, representarlo, cuidar la imagen institucional, generar eficiencia en los procesos”. No suena a queja, sobrevivir exige destreza técnica y temple. “Cada día es un reto, cada proyecto es algo nuevo para aprender”.
Ana empezó como recepcionista en 1994. Luego coordinó grupos en hoteles, después asumió decisiones que entonces eran impensables para una secretaria: autorizar presupuestos, analizar información confidencial, tomar la voz cuando la dirección estaba en silencio. “Te decían: ‘tú eres más que eso, eres una asistente’”.

Había que asumirlo hasta que un día, recuerda, te das cuenta de que el éxito de un proyecto dependía de ti. Ese día llega sin anuncio: un evento para muchos invitados, proveedores que exigen pagos, un director en un avión sin señal. Nadie las entrenaba para eso y no hay margen de error.
En esos momentos, la línea entre el caos y el orden es delgada. “Si yo te hablo es porque hay una necesidad de rango mayor. Yo soy el intermediario. Para que las cosas funcionen, todos mis compañeros saben que si yo los contacto es porque hay una urgencia y que requiere respuesta inmediata. No es por un capricho mío”, explica Norma Gutiérrez.
Habla con orgullo, pero también con memoria. Sabe que el respeto no siempre estuvo ahí, tuvo que pelearlo, aguantar miradas y comentarios. Cuando era joven, en un proyecto que realizaban en Chiapas, intentaron meterse a su habitación donde se quedaba. “El momento de mayor miedo que he vivido y me marcó. Me preguntaba: ¿por qué no me pueden respetar? Somos compañeros de trabajo”.

Hay una larga lista de cosas que este trabajo le ha enseñado a Norma: control del tiempo, diplomacia, disciplina e independencia. A sus 53 años, está orgullosa de haber construido una vida con lo que otros consideraban un rol menor. “Cuando me divorcié, saqué adelante a mi hija sola. Sin depender de nadie. Eso me lo dio este trabajo”, asegura.
En tanto, Ana sonríe al recordar: estuvo 18 años en una misma empresa al lado de un jefe que ella define como buen líder, pero un desastre administrativo. Le ordenó todo: la agenda, los tiempos, los documentos. “Fue un matrimonio, mi jefe sabía lo que yo necesitaba, yo sabía lo que él necesitaba”, dice y se detiene en la entrevista. Después se pone seria cuando recuerda que también le tocó despedir gente, algo que no le correspondía. “Los jefes me decían: ‘tú habla con ella’”. Son decisiones duras, pero Ana tenía que hacerlo. ¿El costo? Ansiedad, jornadas largas, conciliación imposible.

Le pregunto a estas asistentes ejecutivas qué les gustaría que supieran aquellos que piensan que lo que hacen es un rol menor. Norma responde sin titubear: “que somos un gran aporte, que somos capaces e indispensables hasta cierto punto para el buen desarrollo de las empresas”. Ana coincide y agrega: “Ya no nos sentimos invisibles, somos indispensables”.
Si Lupita Romo viviera hoy, no tomaría dictados, no llevaría café. Coordinaría una junta por Zoom en tres ciudades diferentes, resolvería una crisis de proveedores y enviaría paquetes a China en la misma tarde. No sería la sombra ni la extensión de un jefe, sería su mapa. Y tal vez, al terminar el día, aún tendría fuerza para bailar la “Pobre secretaria” que Mariana Treviño popularizó. Y subir su video a TikTok con el ‘hashtag’ #corporatelife.
GSC/ATJ