Nicolás Echavarría llegó a México con una sonrisa y un alivio en el alma. No todos los torneos se juegan en tierras donde se hable su idioma, y eso para un golfista que pasa más tiempo entre aeropuertos que entre abrazos se agradece. “Jugamos poquitas veces en lugares donde poblamos nuestro idioma, entonces se siente muy bien volver a estas tierras. Disfruto mucho México, la comunidad, la cultura, la gente”, dijo el colombiano antes de iniciar su participación en el World Wide Technology Championship.
El recuerdo del año pasado todavía le pica un poco: “Fue una gran semana, pegué muy bien desde el tee, en general la semana fue muy buena. Es una lástima no haber podido estar más cerca al final”. Y aunque sabe que aquí se gana con “muy poquitas”, también entiende que este campo exige mentalidad agresiva: “Hay que ir a las banderas, aprovechar los par 5, seguir haciendo birdies aunque uno sienta que ya hizo suficiente. Aquí el golf se gana atacando”.
Entre el golf y la vida
A Echavarría le brillan los ojos cuando habla de su familia. “Tengo la oportunidad de tener unos padres ejemplares, dos hermanos mayores que son un ejemplo para mí. Somos muy cercanos, tenemos muy buena comunicación”, confesó. Pero enseguida asoma el costo: “Me gustaría ir más a Medellín, lástima que jugamos tantas semanas al año que no puedo hacerlo. Pero son un apoyo enorme. Estoy muy agradecido a los padres que tengo”.
Y en medio del calendario, los vuelos y los greenes, se asoma una cuenta regresiva más íntima: su boda. “Ya se viene en menos de un mes, en Punta Cana. Claudia está al mando de las decisiones, yo sólo he pegado muchas bolas”, bromeó con una naturalidad que delata cierta paz.
La salud mental, el otro torneo
El colombiano no rehúye hablar de lo que otros prefieren esconder bajo la alfombra verde del golf: el desgaste. “Sí, he tenido ganas de parar por unas semanas. Lastimosamente es un mundo tan competitivo que muchas veces no podemos”, admitió con honestidad.
Su tabla de salvación ha sido la terapia: “Trabajo con un psicólogo con el que me entiendo muy bien. Me ha ayudado a tener paz mental, a entender que el golf no es todo. Hay que saber que esto no es el fin del mundo, que uno también quiere tener una familia, ser feliz”.
Consciente de que el tour exprime hasta la última gota, Echavarría respalda los cambios que buscan menos torneos y más descanso: “Para la salud mental es súper importante poder dejar los palos a un lado por unas semanas y preocuparse por otras cosas”.
Una nueva generación
El golf, dice, cambió de piel. “Hace 10 o 15 años, el promedio de jugadores del PGA Tour estaba entre los 30 y 32 años. Hoy el golf se ha movido hacia la explosividad: jugadores más jóvenes, más largos, más preparados”, explicó.
Y lo ve reflejado en nombres como Kieffer o Michael Renan, que llegan desde el Proyecto Latinoamérica directo a competir y ganar: “Estos chicos ya salen listos para ganar en el PGA Tour. Es impresionante lo que está pasando”.
Juega con agresividad, sí, pero vive con mesura. Y en un circuito donde todo gira tan rápido, eso ya es una victoria.
MGH