A Emilio Gil todavía se le nota la cara de niño cuando habla del golf con esa mezcla de inocencia y ambición que solo tienen los que acaban de abrir la puerta del sueño. Tiene 20 años, una sonrisa franca y el temple de quien entiende que este deporte no regala nada. En el World Wide Technology Championship, el joven mexicano, nacido en San Miguel de Allende disputa su primer torneo como profesional, y lo hace en su propio país.
“Estoy muy emocionado de estar aquí, contento, y sobre todo agradecido”, dice con un tono que equilibra los nervios con la ilusión. Sabe que los reflectores pesan, que la gente lo mira con expectativas, pero no se deja contaminar: “Sí, obviamente hay presión, pero uno trata de no pensar en eso. Venir, jugar, hacer lo que sabemos hacer y disfrutar”.
Gil no se complica con metas imposibles ni discursos ensayados: “Mi meta es disfrutar, jugar mi golf y que pase lo que tenga que pasar”. Su naturalidad desarma. Quizá porque sabe que esta semana, más que de resultados, se trata de aprendizaje, de mirar de cerca a los grandes y entender cómo se camina entre ellos. “Me gustaría aprender bastante de todos los profesionales, ver cómo lo hacen, y poder llevarme algo”, reconoce.
El escenario no puede ser más simbólico: el campo diseñado por Tiger Woods. Emilio sonríe al mencionarlo, casi como quien habla de un héroe de la infancia. “Es especial, ¿no? El mejor de la historia, en mi opinión. Se nota cuando lo juegas. Es un campo increíble”.
Y si todo esto no fuera suficiente, está su familia. Sus padres, sus tíos, sus amigos… todos viajaron para verlo debutar. “Están aquí, vienen muchos amigos, tíos, todos vienen a verme. Estoy emocionado y contento”, cuenta. Su voz se ablanda cuando habla de sus papás: “Siempre me mandan mensajes antes de un torneo, aunque sea muy temprano. Mi mamá me dice que Dios me cuide, y mi papá siempre me desea éxito. Es muy importante para mí”.
Emilio, estudiante de Finanzas, no oculta su realidad: “Mi patrocinador es mi papá”. Lo dice sin drama, con una honestidad limpia, consciente de lo caro que es abrirse paso en el golf profesional. “Ser profesional es difícil. En este deporte, si no juegas bien, no ganas dinero. Pero hay que empezar, y eso ya es un paso grande”.
Sobre su rutina, no hay glamour, solo disciplina. “Estoy en la universidad, tenemos entrenamientos a las seis de la mañana, después practico, y en la tarde hago tarea y voy a clase”, explica. No hay cábalas, ni supersticiones, ni discursos de motivación prefabricados. Solo trabajo.
Su historia comenzó a los cinco años, cuando apenas podía sostener un palo de golf. Creció entre torneos juveniles y nacionales, hasta que consiguió llegar al golf colegial en Estados Unidos. Y ahora, de pronto, se encuentra aquí, compartiendo campo con los mejores del mundo, en el torneo más importante que se juega en México.
“Jugar aquí, en casa, no le pasa a muchos. Es una experiencia que no voy a olvidar”, dice con una sonrisa que no disimula nada: ni el orgullo, ni la emoción, ni la esperanza de que algún día, quizá pronto, ese trofeo que tanto se resiste finalmente se quede en manos de un mexicano.
CIG