De eso se ocupa Claude Lévi-Strauss en un estupendo libro: El pensamiento salvaje (FCE). El entreveramiento de la cabeza, el lenguaje y el mundo siempre ha sido complejo. Todo mundo puede decir las cosas tal cual, con descripciones o metáforas, e incluso hablar calculando el efecto de lo dicho en la cabeza del otro. Mismo origen de la confianza y el engaño.
Desde siempre, los mercaderes y marchantes han sabido su lid: no solo está en juego un intercambio de bienes sino una relación que no es familiar, ni de trabajo, ni guerrera, pero incorpora cosas de las tres. El regateo es un debate de ingenios, un duelo que no es la guerra, una familiaridad que no es familia, una cooperación que no es trabajo. La ganancia o pérdida depende del ingenio, las poses, los engaños y desconfianzas, pero, sobre todo, del talento en el uso de la palabra para convencer al otro de que se lleva la mejor parte. Bronislav Malinowski (Los argonautas del Pacífico Occidental) llegó, antes que Lévi-Strauss, a cosa semejante. Sus argonautas, considerados como el epítome de lo primitivo, celebraban periódicamente un encuentro comercial entre todas las islas cercanas, llamado Kula. Una aldea podía dar una fortuna casi ruinosa a cambio de un objeto horrendo, unos pelos trenzados con unos caracolillos y, después, la aldea entera se felicitaba de haber obtenido la reliquia de algún guerrero mítico. Cambiaban mucho valor de uso por aquel valor simbólico, inútil, pero superior. Tampoco hay economía primitiva, pues.
Malinowski y Lévi-Strauss muestran una misma cosa: lengua, comercio, personas, existen de pronto y en toda su complejidad, no por partes. Sin embargo, el primitivismo existe. Por ejemplo, en las técnicas, o en el envilecimiento de nuestra relación con el lenguaje.
En un ensayo notable, “El Filoctetes de Sófocles y la efebía” (Mito y tragedia en la Grecia antigua, I), Pierre Vidal-Naquet describe el paso de la efebía a la madurez del hoplita, el conciudadano que participa en la toma de decisiones. La transformación de muchacho a hombre se da por dos vías: que el joven gane un debate público a un hoplita, o que le venda algo que no necesita. No vencer sino convencer. De esa costumbre surgieron después la democracia y la ciudadanía. Y primitivo, digo, es que gobierne uno, sin ganar debates ni convencernos de adquirir alguna idea. Los tiranos son primitivos.