Cultura

Domesticar, traicionar: un silencio a muchas voces

Reseña

La editorial Canta Mares publicó recientemente ‘¿Qué harán los renos después de Navidad?’, de Olivia Rosenthal, una novela que nos previene contra la mentira de que otros mundos son imposibles.

Como traductora, la traición me importa. Como mujer cuir, tanto más. Cultivar la capacidad de traicionar (expectativas implícitas, mandatos explícitos) no es una cuestión performática, incluso no solamente de supervivencia, sino de vivir —palabra que se queda corta ante el vigor que convoco—. Si la traición es posible únicamente por el amor, y si traicionar es indispensable para existir, ¿cómo procedo? ¿Qué vida es posible? “Aún no sabe cómo, pero un día traicionará” (p. 44).

Cuatro capítulos, cuatro voces, cuatro etapas, una mujer. Una mujer-fiera, mujer-lobo, no-mujer. El recorrido de Que font les rennes après Noël? es estable y en cambio inebria con un vaivén rítmico de comentarios, apartes, paralelos. La traducción de Melina Balcázar, ¿Qué harán los renos después de Navidad? (Canta Mares, 2025) marca estas pautas polifónicas con soltura, permitiendo que las voces y notas narrativas se desplieguen y respiren: quién hubiera pensado que tal cantidad de desvíos llevara con tanta precisión al corazón del asunto. A nuestro corazón, al que el libro siempre se dirige.

En esta novela, el estilo de Rosenthal es, además de exquisitamente cadencioso, de sorprendente tecnicidad. Su elemento legal y científico no está en detrimento de los pasajes poéticos sino, al contrario, potencia sus significados. Gracias a la mezcla de narración, entrevista y apartados técnicos, un universo nuevo se abre, donde todo es conocido y al tiempo nuevo. El ambiente es familiar y desestabilizante, nos reconocemos en muchos sitios y nos enajenamos de otros, y es sobre todo al inicio que batallamos para darle sentido al mundo en el que, como la protagonista, recién entramos. ¿Qué harán los renos después de Navidad? nos sacude ya que las distinciones entre narrador, personaje y lectora se desdibujan constantemente para trazar un cuadro casi sobrenatural de la protagonista —nosotras— y de su vida. Léase “su” no como posesivo de tercera persona sino de segunda, de “usted”, ya que a lo largo de la novela, los narradores se dirigen a nosotras, a usted, se dirigen a usted, la revelan, la entienden, la explican. En cada “usted” estamos todas.

Cuando aún no está lista para traicionar, cuando no se ha operado su metamorfosis, cuando su propia voz le falla y se ve relegada al silencio, las voces ajenas le dan forma a su historia. Surge un Yo nuevo, oracular, que pasa por otras mentes y otras manos para gestarse en una sola voz que se dirige, inclemente, a quienes no podemos sino escucharla, atrapadas en el haz de su lengua. Al entrar en el pacto comunicativo de esta novela, al negociar formas y fondos para entender y acompañar, se revela una vida singular con una serie de anhelos, traumas, represiones y traiciones que muchas compartimos —o, si no, con las que empatizamos—. Miedo y búsqueda del cuerpo, deseo y rechazo del sexo, complacencia e insatisfacción heterosexual, angustia y placer del secreto. Y un fantasma del suicidio que planea sobre su vida.

Es con esta multitud de voces que el relato logra un ritmo que incorpora paralelos entre las estipulaciones legales de la tenencia de animales exóticos y cómo usted fue criada; entre la experimentación animal y su adultez, su conformación al molde; entre los mataderos y su metamorfosis. No hay escapatoria, los animales la siguen dondequiera que pise: su deseo, su fascinación, su amor por ellos —adoración del fruto prohibido—. Al igual que las líneas entre narrador, personaje y lectora se difuminan en la novela, las fronteras entre lo animal y lo humano se cuestionan, la separación entre lo escrito y lo hablado se desvanece, y la escisión entre usted y el mundo se cimenta. Entre menos segura está de quién es, más certeza tiene de estar fuera de lugar, y ante semejante despojo, el aturdimiento es la única herramienta que conoce para atenuar su dolor. “No logra distinguir con certeza lo que debe y lo que le deben, avanza a ciegas, ligada a un contrato cuyos términos exactos desconoce y se le aplican desde el exterior” (p. 162).

La niebla confusa y fantástica que cubre este mundo cede lugar a una niebla confusa y dolorosa a medida que la mujer crece, cambia, niega y cultiva su capacidad de traición. Rosenthal ofrece un cuadro turbador y cercano de una niña que, más allá de no sentirse niña, no se siente humana. ¿Cómo desinteriorizar el odio por la diferencia que se nos inculca desde pequeñas? ¿Cómo podemos vivir cuando sabemos que somos aquello que debemos rechazar? “¿Podemos amar lo que no conocemos, lo que mantenemos a distancia, lo que no percibimos, lo que no tocamos, lo que imaginamos?” (p.13).

La traición pasa por las palabras, y el libro empieza por las bestias. Las fieras no se doman, solo se silencian. Lo no-dicho también habla, ruge, aunque sea de dientes para adentro donde el eco cavernoso del deseo insatisfecho rebota hasta desbordar, hasta hacer saltar los candados de lo reprimido, hasta brotar a borbotones como sangre del ganado en el matadero. “El silencio también es una forma de mentira” (p. 170). Las fieras no se silencian, solo se ignoran. Al ignorar, llenamos de vacío el sitio indeseado; posponemos la traición, el rechazo de lo que se nos exige; echamos bajo mil y un llaves lo que nos desdomestica, lo temible, lo impensable: aquello cuya violencia recae en el rechazo de lo civilizado. Porque sabemos, en lo más hondo, que somos incivilizadas e incivilizables. “Trata sus deseos con indiferencia, los descuida, los ignora” (p. 157). Las fieras, en cambio, no se ignoran, solo se doman, y no hay mejor domadora que una madre. “El mundo es un entramado de palabras, estamos enteramente protegidos, mantenidos y conservados en vida por los medios a la vez coercitivos y maternales del texto” (p. 18).

Esta novela nos enseña que no es necesario que algo sea explícito para que opere sobre nosotras un imperativo violento y sin aparente alternativa. Más que enseñar, nos lo recuerda: no hay persona, mujer o no, que desconozca el mecanismo silencioso de adiestramiento de la familia nuclear. El relato de Rosenthal, si bien es acuerpado por una mujer de identidad minoritaria, no debe por ello ser confinada a un lectorado reducido y específico: sus consideraciones sobre la sociedad, sobre la traición de sus normas hetero-maritales, sobre el amor y el deseo, y sobre los animales, hablan a un público amplio y global —no por nada acaba de ser traducido y su autora acompaña su difusión—. Es un libro que nos dice: no ignore sus instintos, no deje que se los extirpen; no permita que su dolor se pudra adentro suyo; no se crea la mentira de que otros mundos son imposibles. No tenga miedo de traicionar.

AQ

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto
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