Cultura

La voz del desarraigo

A fuego lento

‘Nuestra gloria los escombros’, de Lucía Calderas, explora la tragedia colectiva del pueblo mazahua a través de la historia familiar.

Pareciera que las nuevas generaciones de narradoras mexicanas no tienen otro horizonte que el árbol de familia. Nos hemos llenado de abuelas, madres, hijos. Lucía Calderas (1999) ha seguido este dictado, pero ha sabido desmarcarse del ruidoso vocerío. Tiene rabia, tiene una irreconocible audacia estilística y, aún mejor, está desposeída de sentimentalismo.

Nuestra gloria los escombros (Sexto Piso) es un libro poliédrico. Por momentos, se declara un ensayo malogrado. En otros, toma la iniciativa de una dolorosa memoria. En ocasiones, sigue una cadencia narrativa. Puede incluso inclinarse hacia una poesía llena de una vitalidad claroscura. Es, pues, un libro que se mueve entre realidades.

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¿De qué habla, hacia dónde se dirige? Se trata, sobre todo, de la bisabuela —también Lucía—, quien representa una manera de estar en el mundo. Al invocarla y darla en ofrenda, Lucía Calderas consigue fundir los destinos individuales y la tragedia colectiva del pueblo mazahua. Trata, igualmente, de la identidad y sus verdugos: el proyecto civilizatorio diseñado para borrar el pasado indígena, la conversión de la diferencia —o solo otra idea de ser— en anomalía, la devastación del entorno natural, la pérdida de toda conexión emocional con los orígenes.

Lucía Calderas no hace antropología. Mientras presenciamos su desmoronamiento, que es a la vez su mayor fuerza pues de este obtiene las palabras para prenderle fuego al “sistema-mundo que ha asesinado a nuestra gente, a la tierra, y que ha plastificado cada parte de nuestras culturas”, se van revelando algunos fragmentos —trazos difuminados, murmullos, imprecaciones— de ese árbol-agua-semilla-venado que fue Lucía.

Leemos: “Estar enferma es estar hecha de un idioma que no entiendes”. Esta es la voz del desarraigo —físico y ontológico— a la que Lucía Calderas convierte en un poderoso reactivo con el que, si no recomponer, puede al menos auscultar las piezas dispersas que dan someramente cuenta —porque no es posible ir más allá— de una sensibilidad y un pensamiento ya perdidos. Nuestra gloria los escombros pudo tomar el rumbo de un canto elegiaco. Decidió, en cambio, presentarse bajo el signo de la exasperación de todos los órdenes que nos condenan al olvido de los que fuimos.

Nuestra gloria los escombros

Lucía Calderas | Sexto Piso | México, 2025

AQ

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Roberto Pliego
  • Roberto Pliego
  • (1961) Cursó Letras Hispánicas en la UNAM. Fue subdirector de la revista Nexos. Autor de La estrella de Jorge Campos y 101 preguntas para ser culto, es editor de Laberinto.
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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto
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