En su poema, “Consolación” Wisława Szymborska elucubra que Charles Darwin, abrumado por la crueldad de la selección natural y la extinción de tantas especies se dedicaba a buscar el consuelo y el esparcimiento en una literatura de finales felices y seres redimidos, en la que las víctimas fueran reivindicadas, los malvados se reformaran e, incluso, las mascotas muertas resucitaran milagrosamente.
La poesía es un arte que permite la exploración interior (con el riesgo del solipsismo) y, a la vez, conecta al autor y al lector con la otredad. Así, el lenguaje poético (en la literatura moderna a veces un idiolecto) permite, paradójicamente, una salida de sí y una conexión con el semejante y con el mundo. Por eso, en una era de máxima abstracción de la poesía (y cuando la crítica académica acuña sofisticadas jergas para oscurecerla aún más) es posible, en momentos prodigiosos, recuperar su carácter lenitivo y ejemplar para la vida.
Desde luego, los preceptos de la poesía para el arte de vivir no son literales, ni se ciñen a lo edulcorante, la lectura poética ejerce su función balsámica cuando ilumina sorpresivamente un problema, cuando hace nítido un paisaje, cuando descubre a un extraño como un prójimo o cuando muestra a la naturaleza como compañera de ruta en un trayecto riesgoso y finito. La poesía ayuda a ser más perceptivo, compasivo y empático a través de los matices que revelan sus analogías o sus ironías, sus cadencias e imágenes. Quizá la mejor poesía contribuya, al mismo tiempo, a una celebración de la vida y a una preparación para la muerte.
En su libro The Consolation of Poetry. Ten Lesson on Life and Death, David Spurr localiza en la poesía de lengua inglesa un conjunto de poemas que pueden ser sedantes e instructivos para una serie de dilemas y malestares inherentemente humanos. Para ello convoca a un conjunto muy variado que va desde William Shakespeare y Andrew Marvell hasta Elizabeth Bishop y Anne Sexton pasando por Emily Dickinson, Walt Whitman y los románticos ingleses. La imaginación y testimonio poéticos de estos autores son idóneos para enfocar con perspectivas innovadoras problemas perennes y comunes. La erudita, honda y afable preceptiva de lectura del autor, basada en referencias bíblicas y mitológicas, así como en un sensible anecdotario biográfico de las y los poetas, contribuye a volver a leer la poesía, no solo como el grito visionario de un profeta o como el exquisito producto de un laboratorio del lenguaje, sino como la voz de individuos que, pese a las distancias en el tiempo, tienen mucho que decirnos acerca de las mismas tribulaciones. Vivir plenamente el presente y aprovechar las ocasiones de dicha, ser agradecido, aprender a perdonar, equilibrar el amor a sí mismo y hacia los otros, armonizar dignidad y humildad e incluso preparar la propia despedida de la existencia son actos de imaginación moral (y estética) que pueden ser favorecidos con un magisterio o, mejor dicho, con un fraterno acompañamiento poético.
AQ / MCB