Cultura

Música interrumpida

Husos y costumbres

La amalgama de escritura y música doméstica revela una forma particular del pensamiento.

para Eduardo

Llevo una muy buena parte de mi vida escribiendo mientras, a ciertas horas, mi esposo trabaja con su guitarra. A veces interpreta una pieza entera, a veces repite alguna frase o alguna nota que es el origen de una composición; a veces va construyendo una historia de sonidos que me llega a través del pasillo. Antes, a este acompañamiento musical se añadía el de mis hijas estudiando el piano, o el de la excelente maestra del mismo instrumento, arriba de cuya casa vivíamos hace muchas décadas, practicando su repertorio. En la memoria más remota, mi hermano también tocaba su guitarra en la habitación contigua; quizá evocando esa presencia busqué también la compañía de la música muchos años después.

Los colegas me preguntan si puedo trabajar con la música y respondo que no sólo puedo, sino que de alguna manera esa es la música con que me permite trabajar: cuando pongo alguna canción en YouTube o una obra que me ha venido al antojo de la memoria, me absorbe de tal manera que, de repente, ya no me deja pensar y prefiero el silencio. En cambio, esa tonada interrumpida, esa frase que se repasa como un eco, incluso el pianazo desesperado de una hija, han tenido algo que ver con buscar y buscar una palabra, con el hallazgo de alguna frase rítmica y expresiva, con la frustración de no encontrar aquello que se busca, que me hacen sentir no sólo acompañada, sino incluso, hasta cierto punto, comprendida. Me gusta cuando insiste en una pequeña frase, que pasa y se repasa, y la pequeña frase ya es para mí un espacio, un lugar en el que también puedo buscar palabras; pienso en la pequeña frase de Vinteuil que —otra vez Proust, ya sé— despierta la memoria de un tiempo perdido. La narrativa y la música tienen eso en común: caminan en el tiempo, se apresuran, tropiezan, caen y se levantan; a veces se deslizan con tanta ventura que parece milagro.

Fabio Morábito escribe en su poema “Canción segunda”, que se encuentra en el libro del mismo título, sobre esa canción que corre en las películas cuando están pasando los créditos; no la canción que concluye la película, sino la que acompaña a la salida del público. No se espera que esa tonada se escuche con atención. Así, quienes practican o preparan un concierto no esperan que eso que están tocando se escuche así, como –de nuevo Morábito– el pequeño concierto improvisado de la orquesta cuando los músicos afinan sus instrumentos: una música que no es para los otros, una música, digamos, que no está vestida, pero en su desnudez tiene algo que nos llega hondo. Así, a veces, mientras trabajo en mis cosas y mi esposo estudia su guitarra, nos acompañamos con el mismo concierto interrumpido.

AQ

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Ana García Bergua
  • Ana García Bergua
  • Autora de novela, cuento y crónica. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte, Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2013 por La bomba de San José y Premio Nacional de Narrativa Colima 2016 por La tormenta hindú. Recientemente publicó Leer en los aviones y Waikikí, junto con Alfredo Núñez Lanz.
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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto
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