Luego de vivir durante dos décadas como diplomático de su país en China y Japón, el poeta francés Paul Claudel publicó en Tokio un delgado libro: Cien frases para abanicos (1927). Los poemas que contiene son, en palabras suyas, “un intento de aplicar los principios de la poesía japonesa, transformándolos a través del gusto personal. Cada poema es muy breve, está compuesto por una sola frase, lo suficiente para dar soporte a un soplo —de sonido, sentimiento, palabras— o al aleteo de un abanico”. Conservo un ejemplar de la reimpresión francesa, editada por Gallimard en 1949, cuyas características reproducen las de la edición príncipe.

No dejo de hacerme una pregunta, ¿conocería el poeta francés los poemas publicados sólo unos años antes por José Juan Tablada? En ellos, el poeta mexicano —fascinado también por el Oriente— deja constancia de sus hallazgos al trasladar a nuestra lengua el haikú japonés. Ninguno de los dos se ciñó a la regla concebida por Tablada: un poema de diecisiete sílabas estampado en tres fulgurantes versos. El tratamiento de los temas y los resultados de uno y otro poeta difieren. Hay, sin embargo, en ambos, una predilección por la reticencia y la alusión en compañía de una mirada que privilegia a la naturaleza y en ella los detalles —sólo en apariencia insignificantes— descubiertos en las cosas de todos los días: flores, animales, insectos, utensilios… y también ciertos estados del alma, más difíciles de precisar.

En los poemas de Claudel el abanico mismo —portador de los versos— se convierte en el tema. Es también el emisario de la palabra que, mediante el movimiento de una mano, puede proyectarse hasta los ojos, el oído y el espíritu de quien esté dispuesto a recibirla. Aquí una muestra, en traducción mía, con imágenes del prodigioso librito.
Veinte frases para abanicos
Sombra
que me concede
la luna
como una tinta
inmaterial.
*
Acerca tu oído
y escucha
cómo en el fondo
del pecho de un dios
el amor
tarda en apagarse.
*
La peonía
y este rubor
en nosotros
que precede
al pensamiento.
*
Esta noche
llovió vino
lo sé bien
pues no hay
manera
de poner término
al parloteo
de las rosas.
*
Sólo la rosa
es bastante
frágil
para decir
la eternidad.
*
Cierta rosa
es menos un color
que una respiración.

*
Cuando no hay musa
el poeta pesca sin anzuelo
en una taza de sake.
*
La sacerdotisa
del sol
está sentada
en el plato
de una balanza.
*
Veloz
una lágrima
al cruzar
un rayo de sol
desaparece.
*
Escucha
el Emperador Ermitaño
al Imperio
¿Qué pasaría
si la cascada
de pronto
se detuviera?
*
Quien no mira
la azalea
no escuchará
el torrente.
*
Vela
de un pequeño
navío
su cargamento
unas cuantas sílabas.
*
También
el otoño
es algo
que comienza.
*
No son tres palabras
negras sobre
un ala blanca
sino blancas migajas
arrojadas hacia ti
por un ala invisible.

*
En la inmóvil
oscuridad
del verdor
el rugido
del púrpura.
*
Callemos:
el menor ruido
basta
para que recomience
el tiempo.
*
Es necesario
que haya en el poema
cierto número
que impide ser contado.
*
Cedro:
me lamento
al pie
de una torre
inaccesible.
*
Arde en mí
una pena
que intenta en vano
convertirse
en palabra.
*
Que el aliento
de este abanico
disperse las palabras
y sólo deje pasar
aquello que conmueve.
AQ