Para Karla Martínez Salomón
Revolucionario el salto de tus piernas cal caer desde lo alto de la construcción. Revolucionario tu cuerpo que atraviesa la pesadilla al amanecer y lava su rostro para seguir. Revolucionario el cuerpo que construye fantasías punzantes y las oculta en la cabellera. Revolucionario el dejar atrás tu ciudad natal para entrar en las llamas de lo nuevo. Revolucionario el aire que dominas al levantar una mano e indicar el rumbo, como todo ser que se descubre a sí mismo. Revolucionario el andar sobre piedras, tierra y declives, como tantos seres que se buscan.
Revolucionario tu cuerpo que corría, como el mío, antes de despuntar el alba, en la nieve, en la lluvia, en las montañas. Revolucionario tu cuerpo que trabajó enredado en horarios agudos todo el día, para saltar de una labor a otra, y a otra, para luego, en medio de la tarde o la noche ser tomada por esa ansiedad que te impedía caminar, como a mí. Y ser aprisionada por ese mareo que da el peso indescifrable de la tensión inadvertida, el dolor de las espadas blandiéndose hacia ti. Ellas son la representación afilada de lo que nunca fue.
Revolucionario tu cuerpo que no se ha desconectado del todo, porque encuentras la mesa palpitante a la que te aferras, donde dispusiste alimentos y frutas y postres. Para encontrar puertas que se abren y cierran para ti, ese es el latido: un estruendo.
Revolucionario tu cuerpo que bebe agua con las manos, revolucionario tu cuerpo que se traslada, tu cuerpo que deja atrás la seda para encontrarse con la raíz de lo incierto, donde surgen de pronto imágenes y obras de arte que antes no conocías, y así tu cuerpo revolucionario se enciende con lo desconocido, con lo que tomas entre los dedos. Lo que observas, gestos, movimientos. Mira lo que has hecho: eres ahora un cuerpo revolucionario con el latido marcado por la lesión, que desea volver a nacer, no desde la huida sino desde el encuentro. Michael Foucault dice en Las palabras y las cosas, en el apartado “El hombre y su doblez”: “El origen es, pues, aquello que está en vías de volver, la repetición hacia la cual va el pensamiento, el retorno de aquello que siempre ha comenzado ya, la proximidad de una luz que ha iluminado desde siempre. Así, por tercera vez, el origen se perfila a través del tiempo; pero esta vez es el retroceso en el porvenir, la prescripción que recibe del pensamiento y que se da a sí mismo de avanzar a paso de paloma hacia aquello que no ha cesado de hacerlo posible, de acechar ante sí, sobre la línea, siempre en retirada, de su horizonte, el día del que vino y del que viene generosamente”. Así el cuerpo revolucionario, tu cuerpo, retorna siempre al origen, ese origen móvil.
Revolucionario el encontrar en otra tierra la paz, el diálogo verdadero, incluso en una lengua distinta, en una expresión distinta. Revolucionario es el cuerpo que deambula entre las cajas de mudanza al anochecer. Revolucionario un cuerpo que pinta lo que “no debería estar ahí”, en un óleo sobre tela de gran formato [3.00 x 4.50 m] que muestra una posible ensoñación: jinetes con armaduras agitando espadas sobre caballos en movimiento, donde el cielo que los observa está sembrados de cubos blancos; sus formas blancas suspendidas en los extremos de un cielo oscurecido por las nubes reciben una luz, proveniente de una filtración que traspasa, a cada tanto, el cielo lleno de nubes grises. En ese paisaje, donde los jinetes emprenden una lucha sobre un tablero de ajedrez inestable, un piso de batalla en blanco y negro, donde hay vacíos y elevaciones, al fondo, se asoman las líneas y sombras de castillos y fábricas y más cubos. Esas imágenes que son movimiento son advertidas por una luz lineal, brillantemente azul en el cielo que irrumpe, que gobierna de alguna forma con su corporalidad lineal, tan exacta que toma de los ojos a quien lo ve y te hace olvidar, caballos y jinetes y cubos para perderte en esa línea que “no debiera estar ahí”. Esas imágenes muerden el cuerpo. Muerde esa luz azul y nos eleva. Alain Rodríguez, pintor de sanmiguelense, es el artífice de ello, de una obra en proceso.
Revolucionario el cuerpo N´dee, que es espacio y eje de un giro circular, de un camino circular. Cuerpos revolucionarios que reciben un regalo con la derecha y dan con la izquierda para cerrar el ciclo. Revolucionario el cuerpo de las mujeres del pueblo y Nación N’dee/N’nee/Ndé, que su vestimenta es un texto vivo donde el amanecer y el atardecer descansan. Revolucionario el cuerpo que está en presencia de águilas, de halcones, y ellos le dan la bienvenida a su paisaje. Revolucionario la búsqueda, como las hijas que examinan dentro de la arcilla, en la imagen para dar forma a su luz y sombra. Revolucionario el cuerpo que abraza el paso del tiempo. Revolucionario el cuerpo que vuelve a su propio centro, como Odikeh, convertido en brasa del amanecer al andar cuesta arriba, como sus ancestros, ahora en la sierra de Zapalinamé. Como Emma sąąn que caminó donde solo debían pasar caballos y jinetes de una tradición trastocada, revolucionario su cuerpo que recorrió más de trescientos kilómetros.
Revolucionario tu cuerpo, que se expande donde se suponía no debiera.
AQ