Cultura

'Errantes': la historia familiar como brújula del siglo XX

Entrevista

La historiadora Daniela Spenser reflexiona sobre su libro más reciente, donde la memoria familiar y el devenir europeo del siglo XX se entrelazan para revelar cómo la Historia moldea los destinos individuales.

Algunas casas revelan en su fachada los rasgos de personalidad de quienes las habitan. La de Daniela Spenser, por ejemplo, está ceñida por la vegetación. Uno llega buscando el domicilio y se encuentra con la certeza de que alguien ahí ha hecho de la preservación botánica una costumbre ineludible. Cuando le pregunto al respecto, responde con orgullo: “Siempre me han gustado las plantas, y también creo que en esta catástrofe del medio ambiente estoy contribuyendo con un poquitito de oxígeno”.

Es una respuesta característica de alguien acostumbrado a pensar en periodos históricos largos, en responsabilidades que se extienden más allá del presente inmediato. Spenser, historiadora de formación, acaba de publicar Errantes: Una historia de vidas fragmentadas por la guerra y la paz fría (Random House, 2024), un libro que logra exactamente eso: toma la historia de su propia familia y la convierte en un prisma a través del cual es posible observar cómo una parte de la historia europea del siglo XX canceló destinos y transformó a individuos en errantes de su propia existencia.

Tras la muerte de su madre Ruth Ornsteinová en 2013, Spenser se propuso reconstruir las vicisitudes históricas y familiares que moldearon a cinco personajes principales: Anka y Vilém (sus abuelos), Willi y Ruth (sus padres), y Vladimir, el segundo marido de su madre.

Estamos ante una arquitectura compleja donde los eventos personales —matrimonios, divorcios, nacimientos, muertes, cambios de trabajo— se entrelazan con los tumultos históricos del siglo XX. Ruth se incorporó a la Real Fuerza Aérea Británica durante la Segunda Guerra Mundial, trabajando en operaciones diseñadas para confundir a los pilotos de la Luftwaffe, la fuerza aérea nazi. Kurt, padre de Daniela, emigró a Palestina, se incorporó al ejército británico y fue hecho prisionero en Grecia. Pasó años en campos de prisioneros de guerra. Ambos escaparon de la invasión nazi en el último minuto, y se refugiaron en Gran Bretaña. Anka y Vilém fueron atrapados por la guerra de maneras diferentes: humillados por los prejuicios antijudíos. Vladimir, el segundo marido de Ruth, colaboró con la disidencia checoslovaca desde el exilio, trabajando en la revista Listy para publicar lo que no podía ser publicado dentro de Checoslovaquia.

Se trata, pues, de personas cuyos destinos fueron reescritos por fuerzas históricas que escapaban a su control.

El propio título incita a reflexionar más allá del simple registro familiar. Le comento a Spenser que su libro me trajo a la memoria cierta idea de Julian Barnes en El loro de Flaubert. La noción de los “destinos apócrifos”: la vida como una sucesión de cancelaciones, donde cada decisión inhibe los otros destinos que pudieron ser. Spenser, sin embargo, insiste en una distinción fundamental: estas no son decisiones voluntarias. “Yo enmarco el libro precisamente en la historia que mueve a las personas sin que ellos lo hubieran decidido. Y eso es una constante”, explica. Su libro no trata tanto de la agencia individual como de la Historia, esa otra fuerza que, con paciencia franciscana, va esculpiendo las vidas desde afuera. No se trata de una Historia de libro de texto, sino ante la que ocurre a costa de guerras, opresiones, invasiones, exilios, migraciones.

'Errantes Una historia de vidas fragmentadas por la guerra y la paz fría'. (Debate)
'Errantes Una historia de vidas fragmentadas por la guerra y la paz fría'. (Debate)

En septiembre de este año se cumplieron cien años del nacimiento de Ruth, la madre de la autora. El libro fue publicado poco después. “Lo recordé y le dije: 'Mamá, te felicito, te hice un libro'", bromea con la culpa de quien sabe que su investigación reveló verdades incómodas sobre la persona que más la quiso. Enternecida ante la coincidencia, agrega: “No estoy segura de que le hubiera gustado, porque no es un homenaje”. No obstante, muchas personas lo han leído así. Su editor lo llamó “el libro de Ruth”. Otros lectores simplemente advirtieron que Ruth era, a sus ojos, el personaje central. Spenser rechaza ambas interpretaciones con la precisión del historiador que sabe que una vida individual, por significativa que sea, es siempre parte de un relato más grande.

“Es la historia de Europa”, afirma con firmeza. “Narro ahí los vaivenes de la historia europea que menearon a todos los personajes del libro, incluyendo a mi mamá”.

La investigación detrás de las vidas

Errantes es una obra ambiciosa que combina métodos historiográficos rigurosos con testimonios familiares. Spenser ha pasado décadas estudiando la Guerra Fría, pero su aproximación nunca ha sido la de un historiador desapegado. Antes de este libro, trabajó en investigaciones sobre la historia de América Latina, sobre México particularmente. Su formación incluye estudios en la Universidad Nacional Autónoma de México y una carrera que la ha llevado a ser reconocida como especialista en los conflictos ideológicos del siglo XX. Pero cuando comenzó a trabajar en Errantes, se enfrentó a un territorio menos conocido para ella: la historia europea, específicamente la de Checoslovaquia, el país de sus antepasados.

El libro requirió acceso a archivos y a una forma de trabajo que pudiera reconciliar la precisión histórica con las anécdotas personales. “El problema con la historia es que, si uno quiere acercarse a esta noble aspiración de buscar la verdad histórica, tiene que basarse en los archivos, en datos fidedignos”, explica Spenser. “Y sabemos que los archivos son incompletos, y que la memoria y los testimonios los pueden complementar”.

Le pido que ahonde en sus métodos: “Es un trabajo basado en archivos, y la memoria y los testimonios, por un lado, lo complementan, y por otro le dan ese color emocional que la historia tiene que tener para ser fidedigna”.

Esta aproximación se vuelve particularmente compleja cuando el testimonio proviene de su propia madre. Spenser detectó que en las historias de Ruth había huecos. Omisiones tan apabullantes como el clima en Praga en enero. La madre de Daniela sirvió un tiempo como informante de la policía secreta en la Checoslovaquia socialista. Por presión y ante el riesgo de perder la vida, aceptó el encargo que, no osbtante fue breve, porque las úlceras —más sinceras que ella misma– la obligaron a renunciar. El remordimiento, al parecer, le horadó el estómago mucho antes que la conciencia.

¿Cómo se posiciona alguien como historiadora cuando enfrenta verdades incómodas sobre su propia madre? Spenser no vacila ni se va por las ramas: “Yo escribí el libro sí como hija, sí como nieta, pero sobre todo como historiadora. De manera que, si mi mamá no dijo la verdad, yo la voy a revelar. Y por eso digo que quién sabe si le hubiera gustado el libro”.

Lo que revela es precisamente lo que probablemente Ruth hubiera preferido mantener en silencio. Que, después de 1989, cuando cayó el régimen comunista, tener antecedentes con la Stasi checoslovaca se convirtió en un estigma imposible de cargar. Spenser dedica un capítulo entero a esto, donde narra cómo su madre fue presionada para colaborar con la policía secreta simplemente porque trabajaba como traductora e intérprete en contacto con extranjeros. En la Checoslovaquia socialista, “todo extranjero era un potencial espía del capitalismo imperialista”. Su madre informaba sobre estos encuentros porque su empleo, y seguramente su vida, dependían de ello.

Spenser recuerda una conversación entre sus padres, cuando ella tenía quince o dieciséis años. Su padre le decía: “Tú diles lo que quieren oír”. Esa frase acompañó a Spenser durante la escritura del libro. “Yo sabía que mi mamá participaba, era informante de la policía secreta a su pesar. Tenía un buen trabajo, bien pagado, y sabía que lo podía perder si no colaboraba. Informaba de tal manera que los agentes que la interrogaban no estaban satisfechos con lo que ella les contaba y al mismo tiempo la presionaban”.

El precio fue físico. “Mi mamá desarrolló úlceras y renunció a ese empleo tan lucrativo que le traía satisfacción. Consiguió otro peor pagado, pero no podía más”.

Daniela Spenser en el gran jardín de su casa. (Foto: Ángel Soto)
Daniela Spenser en el gran jardín de su casa. (Foto: Ángel Soto)

Más allá del romanticismo ideológico

Una de las fortalezas del libro de Spenser es su rechazo al romanticismo que frecuentemente rodea las historias de ideología política en el siglo XX. Sus abuelos, su madre y su padre se afiliaron al Partido Comunista después de la Segunda Guerra Mundial, pero Spenser es cuidadosa en cómo presenta esto. No eran “fervientes comunistas” en el sentido que la propaganda revolucionaria podría sugerir.

“Después de 1945, después de la Segunda Guerra Mundial, del Holocausto, de la derrota del fascismo y el nazismo, la gente tenía que creer en algo. Y ese algo era, en ese momento, la única alternativa: el comunismo”, dice. Su abuelo entró al Partido, su padre lo hizo, su madre también. Pero como subraya Spenser, lo hicieron “no porque fueran fervientes comunistas, sino porque buscaban una alternativa. El Partido tomó el poder hasta febrero de 1948, y ellos se afiliaron antes, cuando no era obligatorio”.

Conviene no perder de vista el matiz. Spenser no se dedica a escribir un tratado sobre los desatinos del comunismo, aunque el comunismo haya determinado todo lo que ocurre con los personajes. Lo suyo es otra clase de fenómeno: la forma en que ciertos individuos, confrontados por tempestades históricas, terminan por elegir, tal vez sin advertirlo, la puerta equivocada. Y ya que la cruzan, se encuentran del otro lado solo con el vacío, o quizá con el desastre. “Una vez que el partido tomó el poder, se desembarazaron de esa ilusión, porque el régimen era draconiano”.

El proceso de desencanto fue progresivo. En los años cincuenta, Checoslovaquia fue una tiranía que gradualmente se suavizó, hasta que en 1968 llegó la Primavera de Praga. Para Spenser, este momento fue verdaderamente una utopía: “la búsqueda del socialismo democrático”. Y como todas las utopías políticas del siglo XX, terminó en catástrofe. La invasión soviética de 1968 cerró la puerta a cualquier esperanza de reforma desde adentro del sistema comunista.

Quizá el eje temático más profundo del libro sea el del retorno. Spenser dedica una atención considerable a los múltiples regresos que sus personajes intentaron o realizaron: el retorno a casa después de la guerra en 1945-46, y luego el retorno después de la caída del Muro de Berlín en 1989-90. Ambos revelan que no hay verdadero retorno posible.

“Porque es un retorno que no termina siendo un retorno al hogar, porque ya no es el lugar que dejaron. Se ha transformado”, explica. Su madre regresó a Checoslovaquia después de la guerra, habiendo sido desmovilizada de la Royal Air Force. “No encontraba su lugar en ese país porque creció en Inglaterra”. Su padre regresó de la prisión de guerra en Polonia, habiendo pasado cuatro años en cautiverio. Su abuela regresó de una serie de campos de concentración —Theresienstadt, Auschwitz, Hamburg, Bergen-Belsen— para ser rehabilitada en un sanatorio sueco antes de intentar reiniciar su vida en Checoslovaquia. Su abuelo murió en 1950 de un infarto. Vladimír, el segundo marido de su madre, regresó como “un convencido y ferviente comunista, dispuesto a construir la nueva patria después del fascismo, porque sus papás perecieron en Auschwitz”.

Pero cada retorno fue radicalmente diferente. “Cada uno de los regresos —y ese es el otro objetivo del libro— fue diferente”, subraya Spenser. Sus padres intentaron emigrar a Australia, pero “Checoslovaquia cerró las fronteras e impidió la migración de la gente que no quería vivir en un país bajo el dominio soviético. Eso fue el caso de mi mamá y mi papá”. Se quedaron atrapados en un país que no querían, gobernado por un régimen que rechazaban.

El segundo retorno, tras 1989, tampoco resultó sencillo. Los que se habían marchado en 1968, en plena Primavera de Praga, vivieron el exilio occidental como una larga sala de espera: anhelaban el instante de regresar y retomar la misión de construir el socialismo democrático. La expectativa, compartida en silencio durante años, chocó con una realidad menos dócil. “Se refugiaron en Occidente —no para quedarse— sino para colaborar con la disidencia en contra del régimen autoritario en Checoslovaquia, con la esperanza de regresar después de que ese régimen cayera”.

Incluso editaban una revista, Listy, una suerte de refugio donde daban cabida a trabajos vetados en el interior de Checoslovaquia. Vladimír fue uno de sus editores. Cuando el régimen finalmente colapsó, “querían regresar y querían contribuir a la construcción del socialismo democrático. En 89–90 nadie quería hablar y escuchar sobre el socialismo democrático”. El momento histórico había pasado. La historia, nuevamente, les había dicho que no.

Spenser posee la colección completa de la revista, un archivo extraordinario que documenta esta resistencia intelectual en el exilio. “Mi múltiple identidad es México, por supuesto; Inglaterra y Checoslovaquia —no República Checa: Checoslovaquia”, explica cuando le pregunto acerca de su identidad en conexión con estas narraciones. Es un detalle que tiene relevancia.”Yo nací en Checoslovaquia, yo crecí en Checoslovaquia; que me separaron el país en 1992: su problema, no el mío. Yo soy checoslovaca”. Es también, entonces, una errante: una persona cuyo país de origen fue borrado de los mapas, cuya identidad nacional ya no existe en los registros oficiales.


El presente que vive en el pasado

Lo que distingue a Errantes de muchos otros libros sobre la Guerra Fría es su insistencia en que estos eventos no son históricos en el sentido de “pasados y concluidos”. El subtítulo del libro menciona tanto “la guerra” como “la paz fría”, una distinción que Spenser ha desarrollado a lo largo de su carrera académica. “La guerra fría fue una paz fría para las superpotencias, pero no para los países bajo su dominio. Yo me dediqué al estudio de la guerra fría durante muchos años. La definí como guerra fría entre las potencias y guerras calientes en América Latina, África y Europa”.

Este análisis adquiere una urgencia particular cuando se aplica a los conflictos actuales. En la segunda parte de la conversación, Spenser explica cómo el pasado europeo que relata en su libro sigue vigente en el contexto global actual. Su padre, quien migró a Palestina escapando de los nazis, presenció directamente cómo se gestaba lo que ahora es el conflicto israelí-palestino. “Palestina estaba ardiendo. Los británicos, los judíos que querían construir el Estado de Israel, y los árabes estaban en confrontación abierta”. Su padre vio la violencia que estaba detrás de la construcción del Estado de Israel. Cuando tuvo la oportunidad de emigrar después de 1948, cuando Israel acababa de ser creado, “el último país al que quería emigrar era Israel. Y habría sido el más fácil, porque en 1948 acababa de constituirse. Habría sido muy fácil, pero no”.

Lo que Spenser examina es cómo esa “paz fría” entre superpotencias permitió que las “guerras calientes” proliferaran en los márgenes. “En 1948 se crea el Estado de Israel, con una población minoritaria judía que acababa de sobrevivir al Holocausto, pero una población minoritaria frente a una mayoría palestina. Los palestinos fueron desalojados de sus casas, de sus tierras, y se fueron a los países vecinos. Ahí está el problema, y según yo, ahí está la semilla de la catástrofe. De la catástrofe que arrastramos hasta hoy”.

“Hay un odio, y ese odio está cada día más tupido”, ahonda Spenser. “Lo que vemos hoy: barcos humanitarios detenidos en aguas internacionales, sin haber violado ninguna ley. Para mí es muy doloroso”.

Lo que la golpea profundamente es lo que ella percibe como una falta de memoria histórica: “Los judíos deberían saber mejor. Ellos pasaron por el Holocausto y están cometiendo un genocidio sobre otros”. Con un sólido sentido crítico, sostiene firmemente que la historia ofrece lecciones valiosas que aún no hemos asimilado.

La misma lógica aplica a Rusia y Ucrania. “La Unión Soviética nació del imperio zarista. Y, como la historia vive en el presente, el bolchevismo fue tan expansivo, tan afanoso de dominar —con otra ideología, pero igual de expansivo— que era un zarismo con otra composición clasista. No era para construir el paraíso sobre la tierra, sino para dominar la tierra”. El estalinismo no fue una desviación del comunismo, en su análisis, sino la expresión de una lógica imperial más antigua. “Primero fue Chechenia, luego Ucrania. Quisieran Moldavia, ya tienen dominado Bielorrusia. Quieren reconstruir el imperio”.

Lo que Errantes pone en manos de sus lectores, sobre todo de los mexicanos que suelen percibir la historia europea como algo ajeno y distante, es una especie de brújula para descifrar el presente a través de los ecos del pasado. Los personajes del libro bien pudieron ser ellos, pero también cualquier otro; rostros intercambiables cuyas historias dolorosas se repiten y reescriben en otras latitudes y circunstancias. Es un libro sobre la manera en que los individuos son arrastrados por la corriente de la historia, sobre cómo las decisiones que imaginamos propias y libres son, en realidad, como movimientos dictados de antemano por la voluntad de la Historia. Sin esta conciencia, el ciclo es ineludible: estamos condenados a tropezar con las mismas ruinas, en otras geografías, con protagonistas distintos, pero con la misma lógica implacable que todo lo devora.


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Ángel Soto
  • Ángel Soto
  • Periodista cultural y escritor. Sus textos, fotografías y poemas han aparecido en la Revista de la Universidad de México, Langosta Literaria, Punto de partida, Algarabía Niños, Picnic y Yaconic. Es creador del podcast y newsletter "Tinta y voz".
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